Uno de los deportes que creció con la República y desapareció con su muerte en 1959 fue la pelota vasca o cesta punta, popularmente conocido como Jai Alai.
El Jai Alai fue llevado a Cuba por los vascos en el año 1898, pero no fue hasta el 7 de mayo de 1901 que nació el primer templo de la pelota vasca en el Nuevo Mundo, cuando se inauguró en La Habana el Frontón Jai Alai en la famosa esquina de Concordia y Lucena.
La obra no tardó en ganarse el nombre de ''El Palacio de los Gritos'', e impulsada por el vasco Basilio Sarazqueta atrajo a numerosos pelotaris del más alto nivel.
En una época en que el transporte público era tirado por caballos, La Habana comenzó a ser el centro de un deporte cada vez más lucrativo, gracias a las crecientes apuestas.
El Ayuntamiento de la ciudad le hizo una concesión por 10 años (1902-1912) a Sarazqueta, padre de una idea que no tardó en expandirse por la isla y más allá de sus fronteras.
Aunque en la primera temporada el cuadro de jugadores que se contrató no era de calidad, para la segunda campaña la historia fue diferente.
Rufino Osorio, primer administrador del Frontón Jai Alai, se fue en plan de magnate a la Madre Patria y regresó con las manos llenas de talento profesional. Osorio era uno de los personajes más pintorescos por aquellos años en la capital cubana, recordado por las dos mulas con moñas de colores y collares de cascabeles que tiraban de su coche.
Con las primeras señales de bonanza, por el El Palacio de los Gritos comenzaron a desfilar jugadores de fama mundial. Los nombres de Macala, Trecet, Arnedillo, Altamira e Ibacota –a los pelotaris se les conocía por sus apellidos– se repetían de boca en boca para convertirse en ídolos de un deporte que cada vez se hacía más popular.
Los fanáticos abarrotaban el Frontón Jai Alai para enloquecer con los duelos de Macala y Trecet contra Isidoro y Arnedillo. Macala fue un jugador inmenso, marcado por una alegría inigualable, un andar único y un ímpetu contagioso.
Las temporadas comenzaban el primer domingo de octubre y terminaban el 20 de junio. Después de esa fecha todos los pelotaris, corredores de apuestas y catedráticos de tan fascinante juego, regresaban a la península con los bolsillos llenos de dinero.
En 1918 las reglas del Jai Alai sufrieron cambios. El juego pasaba por un largo letargo y los apostadores buscaban otros horizontes.
En esa época, el nuevo presidente del Frontón Jai Alai, Eliseo Argüelles, encabezó la recuperación. La instalación se denominaría a partir de ese momento Compañía Sport y Fomento del Turismo, pero popularmente seguiría siendo El Palacio de los Gritos.
Con las nuevas reglas, muchos pelotaris no lograron sobrevivir y tuvieron que retirarse. Otros sí se adaptarse a las nuevas condiciones, en las que ya no se permitiría más sujetar y caminar con la pelota en la cesta, ni mirar a un lado y a otro, en busca de la posición de los rivales, antes de hacer un tiro incómodo.
En esa nueva época de la cesta punta, se recuerda el paso de otros excelentes jugadores que se ocuparon de eternizar en la República la práctica de la Pelota Vasca.
Marategui e Ituarte, los Erdoza y Cazalis, Ugartechea y Larrescaín, Larrinaga y los Irigollen fueron los pelotaris que se robaron los corazones de habaneros y visitantes, que atraídos por El Palacio de los Gritos fueron testigos de la brillantez de aquel espectáculo, matizado por electrizantes jugadas.
Mas allá de La Habana, el 13 de noviembre de 1920 fue inaugurado el Frontón Jai Alai de la ciudad de Cienfuegos, garantizando que la modalidad alcanzara su mayor esplendor en la isla durante los años 20.
Por Cienfuegos pasaron jugadores de talla mundial, entre ellos Barrenechea, Escenario, Elorza, Pistón Cubotica y Esquivel II y otros.
Desde los años 20, la cesta punta formó parte del entretenimiento cotidiano en la isla. Los pelotaris, profesionales unos, amateurs otros, contaban con su propio espacio en la prensa y en las charlas casuales.
Pero el Jai Alai, por su propia naturaleza profesional y su entorno marcado por las apuestas, fue barrido de la isla con la llegada al poder de Fidel Castro en 1959. Desapareció entonces la tradición y nunca más se volvieron a escuchar los gritos de los emocionados fanáticos en el Frontón Jai Alai.
Fue así que pelotaris, corredores de apuestas y catedráticos, en su mayoría, se trasladaron a la Florida para darle continuidad a una tradición que, sin dudas, fue patrimonio único de la República.