La pomadita china, el bálsamo milagroso de los abuelos cubanos.
Cuando uno envejece y ya no puede andar paseando mucho por ahí, a veces adquiere la costumbre de reunirse con otras personas a quienes también la edad ha restringido su esfera de movimientos. Así día a día se va creando un pequeño círculo de intercambio, como una especie de miniclub de ancianos que se juntan por las tardes para conversar sobre los temas más disímiles y, en ocasiones, hasta asombrosos.
Esta tarde en mi miniclub se discutió con fervor sobre cuáles han sido los inventos más importantes de la humanidad, y por mayoría se llegó a la conclusión que ya está dicha en el título de este comentario: la domesticación del perro y la invención y fabricación de la pomada china, esa de la cajita rojita de metal por la que suspiramos con desesperación cuando tenemos catarro, nos ha picado algún infame bicho o simplemente nos duele la cabeza.
Cuántas personas en todo el mundo la usan, y cuán pocas conocen la historia de este medicamento y sus muchas virtudes. Es, prácticamente, una panacea universal, si es que existe alguna, y la mejor prueba de ello es que desde que apareció en el mundo es usada por gente de todos los países y todas las culturas. Hasta un musulmán se avendrá a aplicársela sobre su piel en caso de necesidad sin miedo alguno de arder en el mármol del infierno. Es universal, quizá más universal que la aspirina.