La sorpresa
Salimos de Santiago de Cuba rumbo al Santuario del Cobre bien tarde en la mañana uno de esos días en que el sol hace todo lo posible por rajar las piedras. Las cuatro ventanillas del Lada totalmente abiertas provocaban que en vez de fresco se recibiera más aire caliente, mientras sobre la carretera el reverberar del sol deformaba los carros que venían de frente.
Tomamos la carretera del Cobre donde la cantidad de baches indicaba estar totalmente desposeída de gracias terrenales, además, se sumaba la presencia de piedras sobre la vía, ubicadas al parecer, por personas aún más desposeídas con el objetivo de abordarte y venderte flores para la Virgen.
Por mi parte yo no podía dejar de pensar lo molesto que me sentía cuando muy pequeño mi Mamá me llevaba a la iglesia a ver a La virgen de la Caridad del Cobre y sobre todo cuando me indicaba, en señal de respeto, que me arrodillara.
Recordaba además cuando una Tía muy querida y religiosa hizo una promesa en que ella y yo caminaríamos treinta y dos kilómetros desde la ciudad hasta su casa, si yo salía bien de una operación donde podría no contar el cuento. Por fin todo salió bien pero los tiempos habían cambiado y cualquier manifestación de este tipo podía ser tomada como "instigada por el clero reaccionario” y constituirse en un hecho que pudiera “mancharte el futuro”, por tanto el cumplimiento de la promesa se fue aplazando hasta que se olvidó.
En esos recuerdos estaba cuando se terminó el camino y un grupo de vendedores clandestinos de flores nos rodeó agitados.
Compramos rosas rojas y dirigimos los pasos hacia la base del templo.
Los rayos del sol se reflejaban en el concreto de aquella escalinata más fuerte que cuando descendían lo que multiplicaba el agobiante calor. Fuimos ascendiendo hasta que entramos al templo y el primer lugar en que nos detuvimos fue la Capilla de los Milagros donde se depositan las ofrendas.
En esta Capilla se palpaba el agradecimiento de muchas personas y su diversidad demostraba a su vez, la pluralidad cultural, sentimientos e intereses de los bendecidos.
Vi ofrendas tan cursi como un tremendo televisor, tan silenciosas como trofeos de deportistas nacionales, tan sobrecogedoras como un cuadro de personas con niños en una balsa de noche con mar picado, tan inclusivas como un ramo de rosas amarillas, además imágenes de diferentes materiales, ropas, juguetes de niño etc., representativas de la amplia gama de cubanos que pública, calladamente o a su manera llevan a la Virgen en su corazón.
Llegué al altar y me detuve a mirar la imagen mientras me secaba el sudor con el pañuelo y me preguntaba dudoso:
“¿Será verdad? ¿Podrá tener esta imagen el poder de influir sobre nuestros actos? ¿Habrá realmente algo divino en todo esto?”
Como una respuesta a mi incredulidad y escasa fe me llegó algo que era lo menos que esperaba que pudiera ocurrir en ese momento:
Un suave soplo de aire frío me envolvió de pies a cabeza.
Me quedé mirando entre la sorpresa y el temor, tratando de adivinar que había sido aquello que había sentido, ¿cómo era posible que dentro de aquel calor abrazador surgiera ese soplo de aire frío?
Puede pensarse en una explicación basada en la termodinámica, la meteorología, la casualidad inexplicable, pero salí con la convicción de que cualquiera de estas aparentes causas había sido movida por lo divino.
Una gran realidad es que La Virgen de La Caridad del Cobre está presente en la idiosincrasia de todos, unos la llevamos en una forma otros de otra y nada terrenal ha logrado borrarla del corazón de los cubanos.