LA TRÁGICA Muerte de María Valero “La Gran Dama de la Radio Cubana” Que Marcó toda una época en radio cubana con las actuaciones en las novelas, ‘Doña Bárbara’, ‘El precio de una vida’ y ‘El derecho de nacer’, que la llevaron a despertar amplias simpatías entre los radioyentes criollos. María de los Dolores Valero Sisteré. Fue una actriz española exiliada en Cuba al terminar la Guerra Civil Española, apodada como la ‘Gran Dama de la Radio Cubana’.
Desde que llega a Cuba otra leyenda nos acompaña en Febrero de 1939, cuando llega al puerto habanero El Flandre, un buque de bandera francesa, y confundida con los internacionalistas cubanos, una madrileña. La mujer que trae profundas heridas en el cuerpo y en el alma llega como una más, entre los cientos de refugiados nacionales y españoles que encuentran en el rincón caribeño la mano extendida de familiares y amigos, y el cariño de un pueblo solidario con la causa que ellos defendieron.
Cuba la acoge…, y su talento la convierte en la artista excepcional de las grandes obras en los Teatros Principal de la Comedia, América, Apolo…; la actriz más destacada de la radio en 1942, desde La novela del aire de la RHC Cadena Azul; y, entre 1944 y 1947, a través del Circuito CMQ, donde, al morir, protagoniza el capítulo 199 de la novela radial más trascendental de todos los tiempos en América: El derecho de nacer.
Cuando muere víctima de un absurdo accidente de tránsito, el 26 de noviembre de 1948, acumula el récord de protagonizar las dos novelas radiales con el rating insuperable del primer lugar nacional. Tanto cala en los corazones, que su recuerdo transita incólume a través de 70 años… Tanto, que al mencionar El derecho de nacer la remembranza solo se detiene en dos nombres, Félix B. Caignet, el autor, y María, la Gran Dama de la Radio Cubana.
SU TRAGICA MUERTE.
El actor Gaspar de Santelices era muy temido entre los compañeros del Circuito CMQ. Tenía fama de brujo, tomaba inesperadamente del brazo a quien tuviese más cerca y, aun cuando el sujeto se opusiese, le leía la palma de la mano, acertaba siempre en las predicciones.
En la tarde del 25 de noviembre de 1948, la actriz española conversaba con otros actores en uno de los pasillos de la emisora. Santelices pasó por el lado y le agarró una mano y le dijo:
“Cuidado, cuidado… Hay un accidente. “.
La actriz prefirió ignorar el comentario, sonrió y prosiguió la conversación con los amigos antes de perderse por los interiores del edificio. El tiempo apremiaba y debía prepararse, esa noche, a las ocho, salía al aire el capítulo 199 de la novela El derecho de nacer, en la que el personaje, Isabel Cristina, era uno de los puntos clave de la trama.
Llegó así la madrugada del 26 de noviembre de 1948, donde un cometa era perfectamente visible desde La Habana y la visión se hacía imponente e insuperable desde el Malecón habanero, a las cinco de la mañana, un grupo de actores, entre los que se encontraban la Valero, Eduardo Egea, Carmen Álvarez, Minín Bujones, Orlando García Noriega, Augusto Borges, Ana Sáenz, Myriam Acevedo y la pareja de baile Emilita y De Flores, quisieron vivir la experiencia, cruzaban la vía cuando ocurrió el accidente.
“Ella llevaba anudada al cuello una larga chalina que iba flotando en el aire. Cuando atraviesan la calle, pasó un auto por detrás, la chalina se enredó en las ruedas, y María cayó al suelo, golpeándose la cabeza contra el pavimento, lo cual le ocasionó la muerte inmediata”.
En el accidente es herida la bailarina Emilita, mientras el chofer del auto es obligado por la policía a trasladar el cuerpo, – ya sin vida – de María hacia la Casa de Socorros de la calle Corrales.
El cadáver fue expuesto en la funeraria Caballero, cita en 23 y M en el Vedado, allí los fotógrafos captaron la última imagen de la actriz, la mantilla negra que había traído de España le cubría la cabeza y parte del rostro maltratado por el accidente.
La despedida del duelo estuvo a cargo de Germán Pinelli ante una multitud enorme que colmaba todos los ámbitos del panteón en que fue enterrada ella, ante aquella montaña olorosa de flores, es María Valero, la refugiada española que se convirtió en la gran dama de la radio de Cuba.
Félix B. Caignet, el autor de El derecho de nacer, ofreció una conmovedora declaración a la prensa:
“Con María se ha muerto un gran pedazo sentimental de mi mismo. Porque de las entrañas de mi fantasma de autor, entre otros personajes de “El Derecho de Nacer” un día nació una muchacha linda y rubia, amorosa y rebelde, a quien en el Jordán de mi capricho, bauticé con el nombre de “Isabel Cristina del Castillo”. Tuvo por cima un script de radio y a pesar de haber nacido como un fruto lógico de una concepción idealista, no tenía vida, no tenía voz. Y fue entonces que le supliqué a María Valero que le diera su alma, su vida y su voz de maravilla a mi hija; sin voz, sin alma y sin vida”.
“¡Y el prodigio se hizo! Isabel Cristina del Castillo, la heroína del Derecho de Nacer, se humanizó. Tuvo vida, alma y voz, en la voz, el alma y la vida de María Valero, se realizó la divina amalgama del autor coincidiendo un tipo y la actriz genial impartiendo impecable encarnación. Y para mí como autor, y para el público oyente de la nación, María Valero llegó a ser una mujer más de nuestra Humanidad, que siente, ríe, llora y ama. “.
“Lo que nunca pude concebir fue que mi personaje romántico pudiera morirse. Todo lo concibió mi imaginación de autor; fingiendo de destrucción le había trazado una senda de dolor, para al final hacerla muy feliz, al fundirse su amor con el amor de Albertico Limonta, pero esta mañana al despertarme experimenté gran dolor, uno hacia al verla inmóvil sobre la cuna, script de radio, tal como naciera de mi entraña de autor; el cuerpo en sí, vida sin alma y sin objetivo de Isabel Cristina, la hija de mi fantasía. Y eso que la vida, el alma, la vida de María Valero se había ido para siempre de este mundo. “.
Maria Valero amaba a Cuba y a al pueblo cubano, de quien recibía tantas deferencias, pero ausente durante nueve años de España, anhelaba intensamente pasar unos meses en Madrid. Tenía entre los locos sueños, como los llamaba, tener una casa a orillas del Manzanares y otra en las riberas del Almendares.
Siempre que estrenaba una obra, la ofrecía a la memoria del padre, cuando hablaba de la familia, sobre todo de los fallecidos, mostraba profundo respeto y agradecimiento porque de ellos recibió los mejores ejemplos, la savia de la vida.