**Las bodegas.**
Desde inicio del siglo XX, los gallegos incursionan ampliamente en el mundo de los abastos, mercados y bodegas, llegando a establecerse la mayoría de ellos como bodegueros. La impronta fue tan trascendental que en esos tiempos decir gallego y bodeguero era casi lo mismo, ocupando el liderazgo en este ramo hasta la llegada de los chinos, que lograron el control total de este tipo de comercio en la isla.
La bodega, entendida en Cuba como tienda de víveres o abasto de mercancías al por menor (cubanismo) se convirtió durante la primera mitad del siglo XX en una institución de la vida cubana, donde más allá de lo que en esta se adquiría, constituyó también lugar de encuentro y reunión de los vecinos. Una especie de plaza pública en miniatura donde se conversaba sobre los pormenores del día, el estado del tiempo, la salud de los vecinos, los nuevos amores de la muchacha de enfrente, y también, por qué no, de cuestiones de alta política o del rumbo de las competencias deportivas.
Toda bodega que se respetara anunciaba en un lugar visible que expendía víveres y licores finos, papel y sobres para cartas, curitas, hilos y agujas, champú, cuchillas de afeitar, desodorante, polvo facial, betún y cordones de zapato, limas y pinturas de uña, brillantina para el cabello, entre un sin fin de productos.
En las bodegas siempre había cartuchos. También papel parafinado donde se envolvían la manteca, que no se derretía, y el jamón, los chorizos, las aceitunas, las pasas y las alcaparras. Tampoco faltaban, en la barra, el saladito y el cubilete.
Si un cliente habitual requería hacer efectivo un cheque, ahí estaba el bodeguero para realizar la operación; y si necesitaba dinero, el bodeguero podía hacer un pequeño préstamo. Entonces se fiaba en la bodega; los gastos en que incurría un cliente se anotaban en una tira de papel que el bodeguero conservaba y rompía cuando le liquidaban la deuda. Las cuentas se sacaban a punta de lápiz, con un creyón gordo y muy negro que el bodeguero portaba en la oreja y no en el bolsillo de la camisa.
El bodeguero, por lo general, vivía en la misma bodega y había muy pocas bodegueras; eran casi siempre hombres los que atendían detrás del mostrador.
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