Los grandes tamaleros de cuba .
Hola amig@s😉saludos 🙋♂️mucha es la información y datos✍ q existen sobre👉 Olga La Tamalera👌 Pero👇
Sabían 🤔que eran 7 personas los grandes💪 del tamal🍜 en la capital Cubana 🇨🇺
Al punto que en los años 50s Aparecieron reflejados✍ en un artículo de Bohemia con foto,📷 nombres y apellidos.👏👏👏👏
Su oficio se multiplicaba por toda Cuba pues centenares de personas se dedicaban a ganar el sustento con la elaboración y venta el criollísimo producto. Siendo los más mediáticos y destacados tamaleros en la capital cubana: Olga Moré Jiménez, Antolín Pulido, Blas Camacho, Manolo “Pican”, Sixto González “El Gordo”, Nilo Álvarez y ¿? Santana.👌
“El tamal es uno de los milagros del maíz. Tal vez, el más ilustre. Su reino es ambulatorio como las tribus gitanas. Con su presencia amarilla – diríase oro cocinado – un pedacito de domingo en la posta de carne de puerco que lleva en las entrañas, el olor a amanecer que le sale en pequeñas ráfagas de todas partes y el espíritu de pimienta que pone furioso al paladar, el tamal es un benefactor benemérito de los cubanos”.
“Sobre verdes pañales – restos de la indumentaria de una mazorca – tatuado por el rastro rojo de salsa de tomate, picarazado de gotas de picante, el tamal pasa de la mano del vendedor a la del parroquiano, matemáticamente parcelado en partes iguales. Cada uno de los pedazos muestra la antena de un palillo de dientes”.
Los tamales de Olga Moré, conocida también como Olga la Tamalera eran famosos por su depurada calidad. La Orquesta Aragón en la década de los años 50, incorpora a su repertorio la canción con mucho ritmo, que se populariza rápidamente, y que en su parte melódica decía: “Me gustan los tamalitos / los tamalitos que vende Olga / Pican, no pican / los tamalitos que vende Olga, Olga.”
Viuda del violinista de la orquesta de Joseito Fernández, Olga con sus tamales alimentaba a su anciana madre y sus hijos. Todos ellos vivían en Manrique y Figuras.
Olga aclaraba en la entrevista de que fuera objeto que ella solo trabajaba para particulares. Senadores, representantes, ministros y periodistas que le hacían encargos de cincuenta, cien y hasta trescientos tamales. No era exactamente lo que le gustaba, su mundo era la calle, especialmente si había festividades.
Manolo “Pican” fue un hombre al que se le veía, después de las 6:00 de la tarde, bien vestido, apostado en la esquina de 12 y 23, Vedado, exclamando cada diez segundos: “¡Pican!” A sus pies esperaba una lata repleta de tamales. Amable, correcto y no precisamente comunicativo (de hecho no se sabía cuál era su apellido), lo que más llamaba la atención de este vendedor era su buen vestir. Sombrero de pajilla, cuello almidonado… pronto se le conoció por el sobrenombre de su pregón.
“Pican” vendía una cantidad limitada de tamales: entre cuarenta o cincuenta, eso si… con esmerada calidad. Desde el año 1948 estaba en estos menesteres y su producto valía cinco centavos más que los ofertados por otros tamaleros. Los automovilistas detenían sus vehículos junto a “Pican” para adquirir su producto.
Blas Camacho explicaba que había comenzado sus ventas en el Palacio de Bellas Artes, o sea, en la desaparecida Plaza del Polvorín. Vendía en una vidrierita frituras de bacalao, papas rellenas y pan con lechón… pero un buen día se le ocurrió llevar unos tamalitos y estos volaron a manos de los clientes.
Blas reconocía vender diariamente más de trescientos tamales, eso le permitía mantener un pequeño establecimiento y asegurar que sus tamales eran los mejores de La Habana.
Antolín Pulido elaboraba su mercancía tamalera en Amargura y Aguacate, pero el carro de exposición y venta lo tenía en la Plaza del Cristo. Se quejaba de que el negocio no rendía. Como detalle interesante de su conversación refería que los hebreos polacos eran buenos clientes, que gustaban de la carne de puerco pese a las prohibiciones religiosas.
Destacaba este originario de Quemado de Güines que el trabajaba de forma muy ordenada, de ahí que sus tamales fuesen de tanta calidad y que volaran.
Sixto González, alias “El Gordo”. Vendía por la zona de los muelles entre cuarenta y cincuenta tamales, reconocía consumir al menos cinco… Aseguraba que se dedicaría mientras pudiera al negocio.
Nilo Álvarez estaba establecido en el barrio de Los Sitios. Allí tenía montada una cooperativa que se llamaba “La Unión”. Insistía en el detalle de que sería muy bueno que alguien invirtiera unos miles de pesos que él ponía el secreto profesional.
Por su parte Santana (no se aclara su nombre) hacía también de La Habana Vieja, zona habitual de sus ventas ambulantes de tamales. Reconocía vender entre cincuenta y sesenta tamales diarios. Había incursionado en Placetas, Sancti Spíritus, Remates de Guane y Guanabacoa.
No cambiaba su oficio por nada, ni por una bodega aduciendo que él solo trabajaba cinco horas y el resto se la pasaba durmiendo; que conocía el secreto del oficio y que sus clientes preferían el tamal con pimienta.