Los Hoyos más allá de su conga, herencia y raíz… 🎊🎉🎭 Y el "Barrio Los Cangrejitos" 🚣😊
Para hablar de raíces afro-cubanas, se localiza el barrio de Los Hoyos en esta ciudad, donde se escuchan leyendas increíbles, historias de hombres bravíos y nacimientos de grupos y ritmos que caracterizan a la cultura santiaguera. Es una voz autorizada de los ancestros.
Según el periodista ya desaparecido, Ramón Cisneros Jústiz, en su libro “Pequeño managüí de cosas nuestras”, el barrio se remite al inicio del propio pueblo. Se llamó así “en razón de las excavaciones hechas en la zona para extraer tierra y desecar la parte baja de la villa… que estaba cubierta por las aguas del mar en amplios tramos”.
Ubicado al noroeste de la localidad, se acrecentó en una zona inhóspita. No obstante, aumentaron los bohíos habitados por la gente más humilde de la ciudad, fundamentalmente de africanos y franco-haitianos a partir de los finales del siglo XVIII.
Muy pronto se convirtió en asentamiento de negros y mestizos. Eran africanos y sus descendientes, que habían logrado liberarse de la esclavitud utilizando los medios más disímiles, sumando la influencia franco-haitiana cuando, a causa de la revolución de Toussaint Louverture, se produjo el éxodo de habitantes de la hermana isla a Cuba.
De este modo florecieron costumbres diferentes a otros círculos santiagueros. Se escuchaban toques de tambores y cantos en “lengua” como solía decirse y como se dice aún, tanto en congo como en creole. A veces, los toques acreditaban la nostalgia por los ancestros, por la familia dejada al otro lado del mar y por la tierra de la cual habían sido arrebatados. Además, en más de una ocasión, podían escuchárseles frenéticos, airados y desafiantes en señal de rebeldía.
Antiguamente pertenecía al distrito 2, hoy forma parte del centro citadino y tipifica la cuentería popular… Corren por sus calles refranes, dicho y leyendas; por ejemplo, cuando se habla de nuestra nacionalidad, de repente viene el pensamiento “él que no tiene de congo tiene de carabalí”, o “chivo que rompe tambor con su pellejo lo paga”. Tantas y tantas palabras que engrosaron el diccionario callejero o catauro cubano.
Origen de cuenteros orales: promovieron mitos de remembranza, combinada con la nueva forma de vida asumida a lo urbano, que implicó maneras diferentes de existir en la familia, la vecindad y de la intimidad, narradas de casa en casa entre alborotos y comentarios. En ocasiones, con extremo sigilo cuando de secretos se trataba.
Desde principios del siglo XIX el barrio de los Hoyos se hizo cada vez más notorio, sus vecinos iban organizándose en agrupaciones aparentemente de entretenimiento pero en el fondo circulaba el movimiento revolucionario. De estos lares nacieron Guillermón Moncada, Quintín Bandera, la casa de los Maceo, los País García, entre tantos.
Precisamente fue Moncada un miembro activo de la conga, que poco tiempo antes de comenzar la guerra, el futuro mambí en ese entonces, conduciendo la conga por las calles santiagueras, se burlaba de las autoridades españolas al entonar: “Choncholí se va pa el monte. Cógelo que se te va”. El estribillo aún puede escucharse en la tumba francesa “La Caridad”, patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad. Esta agrupación constituye una reliquia. Muy cerca de su sede, en el entronque de las calles San Antonio y Moncada, en otra simbólica casa, se reúnen para ensayar la centenaria Carabalí Izuama, que con la Carabalí Olugo, de Trocha, hacen galas de los bailes de sus ancestros en cada edición de los carnavales de la urbe oriental.
De lo africano, nacieron variadas agrupaciones: la legendaria conga de Los Hoyos, en 1902, la Carabalí, la Tumba francesa, el cabildo Cucuyé, músicos de la talla de Mariano Mercerón, los hermanos Riguales, Celeste Mendoza y muchos que viven en el corazón de los orientales. De la rumbera y cantante, reina del guaguancó, se guardó la siguiente memoria y yo con gusto la recuerdo: “Nací el 6 de abril de 1930 en el barrio de Los Hoyos, en Santiago de Cuba. Desde muy pequeña me empezó a atraer la música. No se me olvidará que me sentaba en la puerta de mi casa. En la esquina estaba la carnicería de Perucho, un negro más buena persona que el carajo. Se formaban tremendas rumbas los sábados y los domingos. Eso era muy grande. Con un cajón de bacalao, dos cucharas, y la clave era otra cuchara con una botella.
En unos calderones grandísimos se hacían chicharrones, ahí mismo en la calle”.
Y todavía cuando se transita el paseo Martí, desde que asoma a la calle Calvario, ya se siente el ambiente “Hoyotero”, timbiriches y carritos de ventas de prú, frituras, refrescos naturales, entre tantas golosinas frutas, viandas y alimentos, que uno pierde la noción del tiempo; al abocar a la esquina del foco de la conga, se encuentran los yerbateros y vendedores de todo tipo de reliquias y enseres de la religiosidad popular: collares, pulsos, talismanes y hasta objetos artísticos del imaginario colectivo.
Allí va el creyente de nuestros cultos a buscar lo que necesita desde un paquete de hojas, flores, velas hasta el perfume. Parte esencial de madre África. Muy conocidas las casas de Jacobo y Rosa la china, ya difuntos pero que se mencionan como si estuvieran vivos. Y casa-templos de muchos oficiantes, dígase, espiritismo, palo mayombe, santería y vodú, todos recogidos y estudiados por la Casa del Caribe, considerada por ellos mismos, su templo mayor.
Hay que enfatizar en el Cocoyé, nombre de un cabildo de origen franco-haitiano que se asentó en la segunda mitad del siglo XIX, del que la conga se siente heredera y emblema de los Hoyos, espacio apreciado por los santiagueros como el lugar donde se ha resguardado con celo una vertiente de las tradiciones de la ciudad tanto en lo cultural como en lo histórico.
Aquí surgió el canto “Abre que ahí viene el cocoyé cuidao que te arrollo”, primero escuchado en lo franco-haitiano, luego salió a las calles en los días de fiestas y corrió entre los pobres integrándose a diferentes comparsas; de sus letras salió el cocoyé, descubierto en 1836 por el músico catalán Juan Casamitjana, que al transcurrir el tiempo y con diferentes arreglos triunfó en los salones elegantes.
La apertura de la Acera de los Grandes en el 2015 consolida el alcance de la cultura popular de la barriada santiaguera. El proyecto “Valores de la Comunidad de Los Hoyos” auspició su inauguración en Callejuela, entre Martí y San Ricardo, en el mismo corazón de la vecindad, con la misión de promover el conocimiento sobre personajes y figuras trascendentales en todas las esferas del territorio. Lo lleva de la mano Armando González Castillo, quien definió su contenido: “una suerte de galería fotográfica, para profundizar en la memoria colectiva; su acción inicial, estuvo dedicada a homenajear a Cornelio Robert Sagarra, primer esclavo mártir de la Guerra de Independencia, quien viviera aquí”.
Se reiteran en esta muestra, hombres y mujeres ilustres de la historia cubana: Mariana Grajales, la Madre de la Patria; José y Antonio Maceo Grajales, Quintín Bandera, Guillermón Moncada, Frank País, Vilma Espín, Pepito Tey, quienes integran también la memoria Patria.
Vale hablar de los Hoyos, al decir de Fernando Ortiz, allí se mezcla todo, como un gran ajiaco, un paradigma vivo de nuestra idiosincrasia y nacionalidad.
Barrio "Los Cangrejitos" Santiago de Cuba.
Si un sitio puede sintetizar a Santiago de Cuba, ese lugar es el barrio Los Cangrejitos. De cara a la bahía, muy cerca de Carretera del Morro, deviene “termómetro” de la música popular, y flanqueado por La Trocha, segmento de la avenida 24 de Febrero famoso en carnavales y por “cerrarse” cuando la otrora Aplanadora ganaba la Serie Nacional de Béisbol.
Cuando se llega al corazón de “Los Cangrejitos”, en un muelle pintoresco como el que más, enseguida se descubren unos cuantos hombres desperdigados entre artes de pesca y embarcaciones de todos los colores y formas, sobre puentes largos y estrechos que parecen sostenerse de puro milagro.
Son hombres de mar, y mujeres -en menor medida-, personas de vestimenta rudimentaria. Allí la vanidad se traduce en el asomo de las pieles curtidas, orgullosas de tanto sol y salitre recibido.
Gente de hablar bajito y parsimonioso, con el oído en algún lugar lejano, como si estuviera pendiente a una antigua conversación, en una lengua solo conocida por ellos y el mar.
Individuos de andar desgarbado, con una torpeza casi graciosa cuando están en tierra, pero muy sospechosos de transformarse en raudos “lobos de mar” encima de sus botes, donde toman a las presas a mano limpia, por sus aguijones dentados o sus hirientes agallas, según el caso.
Sobresalen el Centro Tecnológico, con una treintena de servicios informáticos, construcción y reparación de viviendas y fachadas, restauración de la base de pesca deportiva y el local recreativo El Ranchón, y cubrimiento del canal que atraviesa la barriada.
Además, la rehabilitación de la avenida 24 de Febrero hasta el límite con el agua y la creación de un paseo peatonal, embellecido con grandes macetas y jardineras, con una vista al mar favorable al romanceo y la meditación.
Hoy, a los que se dirigen al muelle, los recibe una estatua, un pescador sobre un ancla, sencillo pero digno monumento a los hijos de este pedazo de tierra casi mar, quienes han contado entre sus filas a náufragos y héroes de proezas cotidianas frente a los designios de la inmensidad azul y sus criaturas, gente que no dice mar sino “la mar”, como si fuese una madre y, a la vez, una mujer fatal.
Escrito por Lian Morales Heredia y