Maceo y su sentido de lealtad y de moralidad, hablan estas anécdotas:
Después de la Junta de Bijarú (31 de mayo de 1895) y previo a salir para la zona camagüeyana de Jimaguayú, los representantes de la comisión oriental de delegados a la Asamblea Constituyente -fijada para septiembre de ese propio año-, se reunieron con el general Maceo en Camazán (localidad de Holguín) y le plantearon la idea unánime de ellos –“recogiendo el sentir de las tropas”, dijeron- de proponerlo a él (a Maceo), durante la constitución oficial de la República de Cuba en Armas, para el puesto de General en Jefe del Ejército Libertador, y a Gómez, como Secretario de la Guerra, en el gabinete que allí resultase formado.
Visiblemente contrariado, en vez de halagado, con voz firme, pero sin levantar mucho el tono, el general Maceo les dijo:
– Sería presentarme como un ambicioso, y eso sería contrario, a todas luces, al interés cubano. El general Gómez -continuó el jefe cubano- ha sido maestro de todos nosotros, y no aceptaría un puesto inferior a sus merecimientos. Su separación de la línea de combate perjudicaría grandemente a nuestra causa. En el puesto que él, muy merecidamente ocupa, Cuba nos tiene a los dos […] Además, yo, como cubano, estoy obligado a pelear por la patria en cualquier puesto que se me señale; Gómez, como extranjero, no…
Y así, prohibió terminantemente a los representantes de Oriente llevar esa proposición.
Nació entonces, a iniciativa de esos propios delegados orientales, el puesto de Lugarteniente General del Ejército Libertador de Cuba. Concebido como una distinción suprema al hombre negro y humilde que se había erigido en mayor general de las fuerzas independentistas, y convertido en líder de los cubanos separatistas en Baraguá (15 de marzo de 1878); al intransigente luchador por la independencia del país, la abolición de la esclavitud y la libertad de su pueblo; al eterno conspirador contra el dominio colonial español sobre su patria, salvador de la Revolución del 95, con su llegada a Cuba y sus primeras acciones bélicas; al Héroe de Jobito, Peralejo y Sao del Indio. En fin, un reconocimiento extraordinario, con un cargo establecido sólo para él.
Cualquier humano hubiese aceptado el cumplido, dando muestra de alborozado agradecimiento. Maceo, no. Y en vez de satisfacer tal reclamo de la vanidad, escribió estas inmortales y poco conocidas líneas:
“La República es la realización de las grandes ideas que consagran la libertad, la fraternidad y la igualdad de los hombres: la igualdad ante todo, esa preciada garantía que, nivelando los derechos y deberes de los ciudadanos derogó el privilegio de que gozaban los opresores a título de herencia y elevó al Olimpo de la inmortalidad histórica a los hijos humildes del pueblo, a aquellos que, cultivando el espíritu con las luces que da la educación, fundaron la útil e indiscutible aristocracia del talento, de la ciencia y la virtud.
“Fundemos la República sobre la base inconmovible de la igualdad ante la ley. Yo deseo vivamente que ningún derecho o deber, título, empleo o grado alguno exista en la República de Cuba como propiedad exclusiva de un hombre, creada especialmente para él e inaccesible por consiguiente, a la totalidad de los cubanos. Si lo contrario fuese decretado en nombre de la República, semejante proceder sería la negación de la República por la que hemos venido combatiendo y nos arrebataría el derecho con que Cuba enarboló la bandera de la guerra por la justicia, el 10 de octubre de 1868 (…).”
Impuestos los delegados del contenido de esta carta, en vez de desaliento, un gran sentimiento se apoderó de ellos: mezcla de admiración por este hombre tan claro y recto, y de mayor fe en la victoria de la causa en la que todos comulgaban.