“Manzanillo, Finca La Demajagua. La verdad siempre espera”.
Por César Mustelier Fernández.
email: cmustelier@infomed.sld.cu
La fragata Neptuno ancló en la costa de Manzanillo para bombardear el Ingenio “La Demajagua” el mismo día que los manzanilleros iniciaron la toma y liberación de Bayamo.
Convocados por Carlos Manuel de Céspedes, la mayoría de los hombres que liberaron a Bayamo habían salido el 10 de octubre de 1868 desde el sitio del alzamiento en tropas comandadas por Bartolomé Masó Márquez, Jesús María “Titá” Calvar, Francisco Javier de Céspedes y Luis Marcano. Muchos tuvieron su primera acción de armas el día 11 en Yara, y los de Pedro de Céspedes el 9 ya habían combatido en Vicana. Los bayameses se sumaron el 13 en Barrancas, a las puertas de Bayamo, bajo los mandos de Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y Pedro “Perucho” Figueredo.
Por tanto, la revolución se inició en Manzanillo y se llevó a Bayamo… y a Cuba.
Los jagüeyes que atraparon la rueda y la volanta impidieron el despojo de las ruinas del ingenio bombardeado pero no impidieron el despojo de los méritos del lugar. El azar natural de atrapar con sus raíces a la maquinaria del central permitió, muchos años después, la ubicación exacta del sitio del alzamiento pero no permitió, ni ha permitido siglo y medio después, la ubicación exacta de la verdad de la historia.
En La Demajagua nació “la única revolución que ha habido en Cuba” y allí tuvo su cuna. Esa finca de la ciudad de Manzanillo fue el crisol de la nacionalidad y la ciudadanía cubana cuando, desde el portal de la casa señorial, Céspedes marcó un antes y un después en la historia nacional. Allí arengó a los casi 700 manzanilleros convocados y por vez primera se llama a la “libertad con independencia”, sin anexión, y se reconoce la ciudadanía cubana (“Ciudadanos,ese sol que veis asomar por la cumbre del Turquino viene a alumbrar el primer día de libertad e independencia de Cuba”).
Esa mañana Carlos Manuel de Céspedes presentó la bandera y el Himno de la revolución que había compuesto cuatro días antes. Por la tarde se dirigió a los manzanilleros reunidos en la finca: cincuenta y tres esclavos de la dotación, de los cuales 36 era hombres y 17 mujeres, decenas de negros y mulatos libres de la zona (quienes eran una abrumadora mayoría en 1868 dentro de la población afrodescendiente del Oriente cubano, como refleja el Censo de 1862), los campesinos blancos pobres y los hacendados patriotas quienes juraron conducir hasta la libertad o la muerte del modo siguiente:
— ¿Juráis vengar los agravios de la patria?
—Juramos, respondieron todos.
— ¿Juráis perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda?
—Juramos, repitieron aquellos.
—Enhorabuena, son unos patriotas valientes y dignos.Yo por mi parte «añadió Céspedes», juro que os acompañaré hasta el fin de mi vida, y que si tengo la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros vuestros deberes patrios y el odio que todos debemos al gobierno español. Venganza, pues y confiemos en que el cielo protegerá nuestra causa.
Esa mañana leyó de forma enérgica el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de Manzanillo al pueblo de Cuba, conocido como el Manifiesto del 10 de octubre. En este documento Céspedes exponía las razones por las cuales los cubanos se lanzaban a la lucha y además daba a conocer el programa de la independencia.
Con esta acción política se iniciaba el proceso de creación jurídica de la Nación Cubana.
José Martí sobre el legado cespediano escribió: “No fue tan grande Céspedes cuando liberó a sus esclavos sino cuando los llamó ciudadanos”. Para Céspedes los negros entraban a formar parte de la nacionalidad cubana.
En La Demajagua se perfilaron las bases democráticas de la futura República en Armas al invitar a la unidad de todos, los negros y los blancos, los campesinos de la zona y los pequeños propietarios.
Eusebio Leal visitó el Parque Nacional La Demajagua en febrero de 1995 y razonaba sobre cómo enfocarle a las nuevas generaciones el legado de aquel 10 de octubre. Ese día dijo a varios jóvenes que con admiración y asombro escuchaban a este gran cespediano: “Este lugar es el verdadero altar de la Patria. Aquí el 10 de octubre de 1868 emergió la Nación Cubana”.
Alzarse el día 10 no fue un acuerdo. Fue una necesidad de sobrevivencia personal y de todo un Proyecto revolucionario.
Desacuerdos para fijar una fecha simultánea para el alzamiento fue la primera señal de regionalismo entre las principales zonas insurrectas.
El 26 de Julio de 1868 en la Logia Masónica “Buena Fe” de la ciudad de Manzanillo, el Venerable Maestro “Hortensio” (seudónimo de Céspedes) perfiló los planes insurreccionales en reunión con los líderes locales de la Revolución en germen. Se conspiró.
Ante la premura de los manzanilleros Aguilera viaja a Manzanillo a inicios de octubre en representación de los rebeldes de Bayamo para aplazar el alzamiento. Se entrevista con el líder del grupo de dicha ciudad para intentar aplacar los ánimos incontenibles. El 2 de octubre se reunieron en su ingenio «Santa Gertrudis», a sólo una legua del Demajagua y el día 3, por respeto y a petición de Aguilera, Céspedes convocó una reunión con algunos otros manzanilleros en la finca «El Ranchón», propiedad de Manuel de Jesús Calvar y Odoardo (Titá). Pero la decisión de Carlos Manuel y sus seguidores era inalterable. Los argumentos del grupo de Bayamo y Camagüey (representado por Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Aguas dulces) eran lógicos: terminar otra zafra para reunir más dinero y comprar armas, pero Céspedes temía al fracaso a que conllevan las dilaciones. Bastaron sólo tres días para demostrar sus razones, pues el jueves 7 su sobrino Ismael desde el correo de Bayamo le avisa de una orden de detención contra él, Masó, Aguilera, Osorio y Figueredo.
Era tal el grado de impaciencia de los manzanilleros encabezados por Carlos Manuel de Céspedes por iniciar la guerra de independencia, que ya el día 9 se produjeron varios alzamientos en los alrededores de la ciudad. Pedro de Céspedes, con su conocida frase “¿para qué esperar a mañana?”, reúne centenares de hombres y toma la localidad costera de Vicana; Manuel de Jesús Calvar (Titá Calvar), con unos 150 hombres, se alza en Guá; Manuel Codina Polanco (con similar cantidad de efectivos) lo hace en Portillo y el dominicano Luis Marcano Álvarez, al frente de 300 efectivos, se sublevó en Jibacoa. También en la zona de El Caño hubo un alzamiento encabezado por Ángel Maestre y Juan Fernández Ruz. En Blanquizal Bartolomé Masó Márquez aglomeró gran número de partidarios e intentó capturar un correo del gobierno español que pasaba de Manzanillo a Bayamo. Todos, al día siguiente, acudieron a La Demajagua tras la convocatoria de Carlos Manuel.
La idea inicial de Céspedes era la toma de la ciudad de Manzanillo, izar su bandera y entonar su himno de Manzanillo. Al ser el sitio del alzamiento en la propia periferia de la ciudad fue suficiente para poner en alerta a las tropas españolas que se movían constantemente por sus calles. Se modificó el plan y se decidió cambiar rumbo a Bayamo. La alerta vino de agentes infiltrados por Céspedes dentro de las filas españolas. Estos se nombraban Pedro Nuño de Gonzalo y Hernández y Germán González de las Peñas; el primero era teniente y el segundo comisario de policía en Manzanillo. Ambos eran masones como él. Justamente en la noche del 9 de octubre, cuando ya los mandos hispanos sabían que se cocinaba algo grande en La Demajagua, Nuño, integrante de una patrulla nocturna pidió “autorización para explorar” y retornó diciendo que en el ingenio azucarero “no había ni una lucecita”.
En la marcha hacia Bayamo acompañaron al Líder de La Demajagua los manzanilleros Manuel Codina, que alcanzó los grados de general de brigada y murió enfermo en Venezuela en un triste exilio; Ángel Maestre, igualmente general falleció en México en marzo de 1895, después de una vida de luchas; Juan Fernández Ruz, que peleó en las tres guerras y murió en 1896 en Jagüey Grande a una avanzada edad con el grado de general. No tan conocidos pero de gran ayuda marcharon junto al jefe de la revolución hombres como Juan Hall, Agustín Valerino y Juan Acosta. También Titá Calvar y Bartolomé Masó, ambos generales de tres guerras y Presidentes de la República en armas. Titá falleció en Cayo Hueso en 1895 a los 68 años y Masó murió en Manzanillo en 1907, cinco años después de que su candidatura a la Presidencia de La República de Cuba fuera frustrada por la política intervencionista de los Estados Unidos a favor del endeudado y opuesto al alzamiento Tomás Estrada Palma, personaje entreguista que autorizó la inclusión y aplicación de la Enmienda Platt. Era bayamés.
El primer documento que desde la parte cubana fue escrito con relación a los acontecimientos en Demajagua lo escribió Bartolomé Masó Márquez en un informe redactado el 17 de octubre de 1868 en Barrancas. Masó al igual que Carlos Manuel era propietario y abogado manzanillero, dueño de tres ingenios en la zona costera de Manzanillo y Campechuela. Según el documento de Masó se encontraban en Demajagua varios conspiradores, manzanilleros sobre todo ya que los de otras regiones orientales estaban indecisos con respecto a la hora del alzamiento. Se debe señalar que Masó, Hall, Valerino y otros pequeños propietarios de la zona pagaban un pequeño jornal a sus esclavos desde 1866. Por tanto, los patriotas reunidos en Demajagua el 10 de octubre representaban lo más avanzado del pensamiento liberal y democrático de la región sur oriental.
En Manzanillo vieron la luz La Bandera y el Himno de la Revolución.
La historia relacionada con el diseño, confección y costura de la bandera es muy conocida. Sólo voy a decir que fue una bandera que representaba el ideal de la “paz con independencia”, contraria a la del antibolivariano Narciso López, que representaba “la paz con anexión”. Por eso pienso que en la Asamblea de Guáimaro nació la oposición (sesión del 11 de abril de 1869) al tomar el acuerdo de adoptar como Enseña Nacional de la República de Cuba en Armas, la bandera que concibiera el general López, en Nueva York, en 1849, por ser la primera que enarbolaran los cubanos en los enfrentamientos armados contra el régimen colonial antes del citado levantamiento de Céspedes. Rememorando este hecho histórico, escribiría Martí en Patria, el 10 de abril de 1892: «El pabellón nuevo de Yara cedía, por la antigüedad y la historia, al pabellón, saneado por la muerte de López y Agüero».
El himno de Manzanillo fue escrito por Carlos Manuel de Céspedes en su finca La Demajagua de las afueras de esta ciudad el 4 de octubre de 1868 como un anuncio a los manzanilleros de que había llegado “el día que deseabais” para “blandid con fuerza vuestros machetes” “por nuestra patria y ley”. Céspedes escribió su himno para su revolución. Su primer objetivo militar era atacar y liberar, antes que a las demás, a Manzanillo, ciudad en la que había residido los últimos 16 años, y una vez tomada, entonar las notas y letra de su marcha.
El himno de Bayamo fue escrito diez y seis días después por Pedro Figueredo como un reclamo a los bayameses a “corred al combate” sin que “temáis unamuerte” que el “sonido del clarín” estaba llamando “a las armas”.
¡Dos himnos para una revolución! Uno escrito por el General en jefe y Padre del Grito de alzamiento de La Demajagua y otro escrito por quien con fidelidad esperó a las puertas de Bayamo al líder y a los manzanilleros después de que estos ejecutaran en Yara la primera acción bélica de nuestra historia; uno que avisa el día esperado y otro que suplica ayuda; uno original y otro con referencias a otros similares.
A pesar de que Céspedes no radicaba en Bayamo, es imposible que desconociera las notas musicales de “La Bayamesa” compuestas por Figueredo desde hacía un año; pero si sabía que no tenía letra ni mensaje que exaltara ánimos y que no fue escrita profesamente para acompañar un alzamiento de independencia de alcance nacional.
El 20 de octubre, ya liberado Bayamo, Figueredo sobre su cabalgadura escribe la letra del himno “La Bayamesa”. En una de sus estrofas advierte al pueblo que en la calle disfrutaba la libertad: “contemplad nuestras huestes triunfantes”. Estas huestes eran los manzanilleros que, con Céspedes al frente, salieron de La Demajagua, enfrentaron a los españoles en Yara y liberaron a Bayamo. En este himno la palabra “corred” aparece cinco veces cual súplica de apoyo. La frase “no temáis a una muerte” se menciona en dos versos como una enseñanza moral de que es glorioso morir por la Patria. Tres veces se reclama que “del clarín escuchad el sonido” cual fuerza catártica capaz de sacar la mayor o menor cantidad de valor y coraje que se pueda tener dentro.
El doctor Eusebio Leal comenta que el maestro Manuel Duchesne Morillas decía que “se descubrían algunos antecedentes en el himno cubano, que fue compuesto sin letra para acompañar la procesión del Corpus Christi en la Iglesia de Bayamo y que La Marsellesa francesa venía por detrás sigilosamente con un poquito del Barbero de Sevilla”.
La letra de este himno nace de la necesidad de que el pueblo bayamés apoyara la revolución como única alternativa de evitar que los españoles recuperaran la ciudad, pues era evidente que el naciente ejército que liberó a Bayamo no era suficiente en número y pertrechos para detener la obvia respuesta que desde varios puntos harían los peninsulares. Se imponía, como única posibilidad de resistir, el apoyo de la población. En esa necesidad de apoyo que se reclamaba a la población de Bayamo está el sentimiento que inspiró la letra del himno. Cuatro días después de divulgada la letra la pereza y la indisposición de los bayameses obligaron a Céspedes a firmar la “Ley del Servicio Militar Obligatorio”.
Pero el 12 de enero de 1869 todavía no se veía decisión en la población de incorporarse a las tropas acampadas en la vertiente sur del Rio Bayamo; el mensaje de Perucho de “al combate corred bayameses” no logró su objetivo. Ese día, cuando la caída de la ciudad era inevitable, todo ardió en llamas. Todo se redujo a cenizas: las casas, las farmacias, la Iglesia. Desapareció bajo las llamas, incluso, la partitura del Himno. Todo, excepto la casa del hombre que salió de La Demajagua comandando a los manzanilleros.
¿Quiénes y por qué se decidió prender fuego a Bayamo? La historia escrita señala a la propia población para que los españoles no encontraran nada cuando recuperaran la ciudad.
Lo cierto es que después de 84 días escuchando “del clarín el sonido” los bayameses no habían “corrido al combate”, seguían en sus casas mientras los insuficientes efectivos comandados por Masó y Maceo Osorio intentaban detener las numerosas fuerzas provenientes de Las Tunas.
Tras un elemental ejercicio de lógica cualquiera llega a la conclusión de que “la patria hubiera contemplado más orgullosa” a los bayameses viéndolos “correr al combate” para defender la ciudad que viéndolos con sus bultos de pertenencias en los hombros buscando refugio en la manigua y la ciudad ardiendo a sus espaldas.
Una idea que nace de la tradición oral manzanillera de antaño, quizá de algún testigo y hasta protagonista, que la conocen los actuales y que será imposible que no llegue a los del futuro, es que “la quema de Bayamo” se hizo para instar a sus pobladores a salir de sus casas para defender la ciudad ante la arremetida de las tropas del Conde de Balmaseda. Al final el apoyo no llegó y Bayamo capituló.
Los camagüeyanos traicionaron a Céspedes. Nunca aceptaron la anticipación de la fecha del alzamiento. Una orden de detención contra los principales líderes no fue suficiente para convencerlos de esta decisión. Esgrimían la necesidad de otra zafra para reunir dinero y comprar armas. Se demoraron en reconocer el liderazgo de Céspedes y en apoyar el alzamiento. Esto, unido a la indecisión del pueblo bayamés en sumarse a la revolución contribuyó a la pérdida de la Plaza tras sólo dos meses y medio de ser liberada. Bayamo fue la primera ciudad liberada… y la primera en perder la libertad.
Salvador Cisneros Betancourt, como Presidente de la Cámara de Representantes, traicionó al Líder y a la Constitución. También lo traicionaron Zambrana y Agramonte. Este último, en un gesto de inesperada inmadurez reta en duelo a muerte a quien la mayoría de los jefes alzados ya reconocían como líder de la Revolución.
Pero si la traición de los caudillos camagüeyanos fue decisiva en el curso posterior de la guerra, triste fue la traición de los bayameses. Aguilera, como vicepresidente, traicionó a Céspedes al aceptar la decisión de La Cámara de destituir a éste como Presidente de la República en armas, cargo que por ley constitucional debía (¿quería?) ocupar el vicepresidente. Al final el mismo Aguilera fue traicionado también al no ser nombrado y el cargo lo ocupa Cisneros Betancourt (Marqués de Aguas dulces) en fragante violación de la Constitución que estipulaba que el Presidente de la Cámara no podía ser Presidente de la República. Zenea también lo traicionó, pues como agente español puso en peligros la vida de Céspedes y de su esposa grávida Ana de Quesada. También Fornaris y Estrada Palma, traicionaron el carácter de independencia sin anexión de la gesta iniciada por Carlos Manuel.
Ni Masó, ni Titá Calvar, ni Codina, ni Maestre, ni Fernández Ruz, ni el dominicano Luis Marcano, ni ninguno de los líderes manzanilleros que estuvieron junto a Céspedes aquel día cuando “ese astro bello que rutilante en la risueña mañana asoma sobre la cima de la alta loma, ese es el sol de la libertad” traicionó al Presidente viejo.
Si Céspedes no anticipa el Grito de independencia en La Demajagua, él mismo y todos los demás resentidos por tal adelanto, hubieran sido hechos prisioneros, deportados a España y la historia sería otra. La Revolución de independencia y la abolición de la esclavitud se hubieran retrasado 20 ó 30 años a espera de un nuevo líder que sin dudas ya maduraba en José Martí.
Los proclamados y autoproclamados “Cuna de la Revolución”, “Crisol de la nacionalidad cubana”, “Sede del primer gobierno” deberían retribuir, si la honestidad se lo permite, todos esos méritos a la ciudad de Manzanillo y a su Barrio La Demajagua. Hacer lo contrario se llama usurpación.
Lograr la devolución no será por medio de la súplica. Será por medio del derecho y la investigación histórica. También debe hacerse sentir la actuación de las autoridades políticas y gubernamentales y del pueblo. Y en la entrada a la ciudad, en carreteras y caminos de estos lugares hay que levantar vallas y gigantografías que digan “Aquí nació la revolución”, “Esta es la cuna de la revolución”, “Aquí funcionó el primer gobierno de la República de Cuba”, “Este fue el primer pueblo libre de Cuba”, “En este crisol se dio forma a la nacionalidad cubana”. Hacer lo contrario se llama complicidad con lo falaz.
Sólo se necesita honestidad, responsabilidad, fidelidad, apego a la verdad y, sin pasionismo, exponer los argumentos que existen y que cada día aparecen más y con mayor solidez.
Y si aquella primera etapa de la revolución fracasó por los pactados en el Zanjón de Camagüey, fue en Bayate de Manzanillo donde se dio el tempranero y real grito de independencia del 24 de febrero de 1895, por el poco valorado manzanilleroBartolomé Masó, señalado por la Junta Revolucionaria para liderar el levantamiento insurreccional, y a quien se debe que no fracasara el alzamiento del 24 de febrero y, quien con este gesto, evitó que cayeran para siempre al pisar nuestras playas, Maceo, Gómez y Martí.“Manzanillo, Finca La Demajagua. La verdad siempre espera”.
Por César Mustelier Fernández.
email: cmustelier@infomed.sld.cu
La fragata Neptuno ancló en la costa de Manzanillo para bombardear el Ingenio “La Demajagua” el mismo día que los manzanilleros iniciaron la toma y liberación de Bayamo.
Convocados por Carlos Manuel de Céspedes, la mayoría de los hombres que liberaron a Bayamo habían salido el 10 de octubre de 1868 desde el sitio del alzamiento en tropas comandadas por Bartolomé Masó Márquez, Jesús María “Titá” Calvar, Francisco Javier de Céspedes y Luis Marcano. Muchos tuvieron su primera acción de armas el día 11 en Yara, y los de Pedro de Céspedes el 9 ya habían combatido en Vicana. Los bayameses se sumaron el 13 en Barrancas, a las puertas de Bayamo, bajo los mandos de Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio y Pedro “Perucho” Figueredo.
Por tanto, la revolución se inició en Manzanillo y se llevó a Bayamo… y a Cuba.
Los jagüeyes que atraparon la rueda y la volanta impidieron el despojo de las ruinas del ingenio bombardeado pero no impidieron el despojo de los méritos del lugar. El azar natural de atrapar con sus raíces a la maquinaria del central permitió, muchos años después, la ubicación exacta del sitio del alzamiento pero no permitió, ni ha permitido siglo y medio después, la ubicación exacta de la verdad de la historia.
En La Demajagua nació “la única revolución que ha habido en Cuba” y allí tuvo su cuna. Esa finca de la ciudad de Manzanillo fue el crisol de la nacionalidad y la ciudadanía cubana cuando, desde el portal de la casa señorial, Céspedes marcó un antes y un después en la historia nacional. Allí arengó a los casi 700 manzanilleros convocados y por vez primera se llama a la “libertad con independencia”, sin anexión, y se reconoce la ciudadanía cubana (“Ciudadanos,ese sol que veis asomar por la cumbre del Turquino viene a alumbrar el primer día de libertad e independencia de Cuba”).
Esa mañana Carlos Manuel de Céspedes presentó la bandera y el Himno de la revolución que había compuesto cuatro días antes. Por la tarde se dirigió a los manzanilleros reunidos en la finca: cincuenta y tres esclavos de la dotación, de los cuales 36 era hombres y 17 mujeres, decenas de negros y mulatos libres de la zona (quienes eran una abrumadora mayoría en 1868 dentro de la población afrodescendiente del Oriente cubano, como refleja el Censo de 1862), los campesinos blancos pobres y los hacendados patriotas quienes juraron conducir hasta la libertad o la muerte del modo siguiente:
— ¿Juráis vengar los agravios de la patria?
—Juramos, respondieron todos.
— ¿Juráis perecer en la contienda antes que retroceder en la demanda?
—Juramos, repitieron aquellos.
—Enhorabuena, son unos patriotas valientes y dignos.Yo por mi parte «añadió Céspedes», juro que os acompañaré hasta el fin de mi vida, y que si tengo la gloria de sucumbir antes que vosotros, saldré de la tumba para recordaros vuestros deberes patrios y el odio que todos debemos al gobierno español. Venganza, pues y confiemos en que el cielo protegerá nuestra causa.
Esa mañana leyó de forma enérgica el Manifiesto de la Junta Revolucionaria de Manzanillo al pueblo de Cuba, conocido como el Manifiesto del 10 de octubre. En este documento Céspedes exponía las razones por las cuales los cubanos se lanzaban a la lucha y además daba a conocer el programa de la independencia.
Con esta acción política se iniciaba el proceso de creación jurídica de la Nación Cubana.
José Martí sobre el legado cespediano escribió: “No fue tan grande Céspedes cuando liberó a sus esclavos sino cuando los llamó ciudadanos”. Para Céspedes los negros entraban a formar parte de la nacionalidad cubana.
En La Demajagua se perfilaron las bases democráticas de la futura República en Armas al invitar a la unidad de todos, los negros y los blancos, los campesinos de la zona y los pequeños propietarios.
Eusebio Leal visitó el Parque Nacional La Demajagua en febrero de 1995 y razonaba sobre cómo enfocarle a las nuevas generaciones el legado de aquel 10 de octubre. Ese día dijo a varios jóvenes que con admiración y asombro escuchaban a este gran cespediano: “Este lugar es el verdadero altar de la Patria. Aquí el 10 de octubre de 1868 emergió la Nación Cubana”.
Alzarse el día 10 no fue un acuerdo. Fue una necesidad de sobrevivencia personal y de todo un Proyecto revolucionario.
Desacuerdos para fijar una fecha simultánea para el alzamiento fue la primera señal de regionalismo entre las principales zonas insurrectas.
El 26 de Julio de 1868 en la Logia Masónica “Buena Fe” de la ciudad de Manzanillo, el Venerable Maestro “Hortensio” (seudónimo de Céspedes) perfiló los planes insurreccionales en reunión con los líderes locales de la Revolución en germen. Se conspiró.
Ante la premura de los manzanilleros Aguilera viaja a Manzanillo a inicios de octubre en representación de los rebeldes de Bayamo para aplazar el alzamiento. Se entrevista con el líder del grupo de dicha ciudad para intentar aplacar los ánimos incontenibles. El 2 de octubre se reunieron en su ingenio «Santa Gertrudis», a sólo una legua del Demajagua y el día 3, por respeto y a petición de Aguilera, Céspedes convocó una reunión con algunos otros manzanilleros en la finca «El Ranchón», propiedad de Manuel de Jesús Calvar y Odoardo (Titá). Pero la decisión de Carlos Manuel y sus seguidores era inalterable. Los argumentos del grupo de Bayamo y Camagüey (representado por Salvador Cisneros Betancourt, Marqués de Aguas dulces) eran lógicos: terminar otra zafra para reunir más dinero y comprar armas, pero Céspedes temía al fracaso a que conllevan las dilaciones. Bastaron sólo tres días para demostrar sus razones, pues el jueves 7 su sobrino Ismael desde el correo de Bayamo le avisa de una orden de detención contra él, Masó, Aguilera, Osorio y Figueredo.
Era tal el grado de impaciencia de los manzanilleros encabezados por Carlos Manuel de Céspedes por iniciar la guerra de independencia, que ya el día 9 se produjeron varios alzamientos en los alrededores de la ciudad. Pedro de Céspedes, con su conocida frase “¿para qué esperar a mañana?”, reúne centenares de hombres y toma la localidad costera de Vicana; Manuel de Jesús Calvar (Titá Calvar), con unos 150 hombres, se alza en Guá; Manuel Codina Polanco (con similar cantidad de efectivos) lo hace en Portillo y el dominicano Luis Marcano Álvarez, al frente de 300 efectivos, se sublevó en Jibacoa. También en la zona de El Caño hubo un alzamiento encabezado por Ángel Maestre y Juan Fernández Ruz. En Blanquizal Bartolomé Masó Márquez aglomeró gran número de partidarios e intentó capturar un correo del gobierno español que pasaba de Manzanillo a Bayamo. Todos, al día siguiente, acudieron a La Demajagua tras la convocatoria de Carlos Manuel.
La idea inicial de Céspedes era la toma de la ciudad de Manzanillo, izar su bandera y entonar su himno de Manzanillo. Al ser el sitio del alzamiento en la propia periferia de la ciudad fue suficiente para poner en alerta a las tropas españolas que se movían constantemente por sus calles. Se modificó el plan y se decidió cambiar rumbo a Bayamo. La alerta vino de agentes infiltrados por Céspedes dentro de las filas españolas. Estos se nombraban Pedro Nuño de Gonzalo y Hernández y Germán González de las Peñas; el primero era teniente y el segundo comisario de policía en Manzanillo. Ambos eran masones como él. Justamente en la noche del 9 de octubre, cuando ya los mandos hispanos sabían que se cocinaba algo grande en La Demajagua, Nuño, integrante de una patrulla nocturna pidió “autorización para explorar” y retornó diciendo que en el ingenio azucarero “no había ni una lucecita”.
En la marcha hacia Bayamo acompañaron al Líder de La Demajagua los manzanilleros Manuel Codina, que alcanzó los grados de general de brigada y murió enfermo en Venezuela en un triste exilio; Ángel Maestre, igualmente general falleció en México en marzo de 1895, después de una vida de luchas; Juan Fernández Ruz, que peleó en las tres guerras y murió en 1896 en Jagüey Grande a una avanzada edad con el grado de general. No tan conocidos pero de gran ayuda marcharon junto al jefe de la revolución hombres como Juan Hall, Agustín Valerino y Juan Acosta. También Titá Calvar y Bartolomé Masó, ambos generales de tres guerras y Presidentes de la República en armas. Titá falleció en Cayo Hueso en 1895 a los 68 años y Masó murió en Manzanillo en 1907, cinco años después de que su candidatura a la Presidencia de La República de Cuba fuera frustrada por la política intervencionista de los Estados Unidos a favor del endeudado y opuesto al alzamiento Tomás Estrada Palma, personaje entreguista que autorizó la inclusión y aplicación de la Enmienda Platt. Era bayamés.
El primer documento que desde la parte cubana fue escrito con relación a los acontecimientos en Demajagua lo escribió Bartolomé Masó Márquez en un informe redactado el 17 de octubre de 1868 en Barrancas. Masó al igual que Carlos Manuel era propietario y abogado manzanillero, dueño de tres ingenios en la zona costera de Manzanillo y Campechuela. Según el documento de Masó se encontraban en Demajagua varios conspiradores, manzanilleros sobre todo ya que los de otras regiones orientales estaban indecisos con respecto a la hora del alzamiento. Se debe señalar que Masó, Hall, Valerino y otros pequeños propietarios de la zona pagaban un pequeño jornal a sus esclavos desde 1866. Por tanto, los patriotas reunidos en Demajagua el 10 de octubre representaban lo más avanzado del pensamiento liberal y democrático de la región sur oriental.
En Manzanillo vieron la luz La Bandera y el Himno de la Revolución.
La historia relacionada con el diseño, confección y costura de la bandera es muy conocida. Sólo voy a decir que fue una bandera que representaba el ideal de la “paz con independencia”, contraria a la del antibolivariano Narciso López, que representaba “la paz con anexión”. Por eso pienso que en la Asamblea de Guáimaro nació la oposición (sesión del 11 de abril de 1869) al tomar el acuerdo de adoptar como Enseña Nacional de la República de Cuba en Armas, la bandera que concibiera el general López, en Nueva York, en 1849, por ser la primera que enarbolaran los cubanos en los enfrentamientos armados contra el régimen colonial antes del citado levantamiento de Céspedes. Rememorando este hecho histórico, escribiría Martí en Patria, el 10 de abril de 1892: «El pabellón nuevo de Yara cedía, por la antigüedad y la historia, al pabellón, saneado por la muerte de López y Agüero».
El himno de Manzanillo fue escrito por Carlos Manuel de Céspedes en su finca La Demajagua de las afueras de esta ciudad el 4 de octubre de 1868 como un anuncio a los manzanilleros de que había llegado “el día que deseabais” para “blandid con fuerza vuestros machetes” “por nuestra patria y ley”. Céspedes escribió su himno para su revolución. Su primer objetivo militar era atacar y liberar, antes que a las demás, a Manzanillo, ciudad en la que había residido los últimos 16 años, y una vez tomada, entonar las notas y letra de su marcha.
El himno de Bayamo fue escrito diez y seis días después por Pedro Figueredo como un reclamo a los bayameses a “corred al combate” sin que “temáis unamuerte” que el “sonido del clarín” estaba llamando “a las armas”.
¡Dos himnos para una revolución! Uno escrito por el General en jefe y Padre del Grito de alzamiento de La Demajagua y otro escrito por quien con fidelidad esperó a las puertas de Bayamo al líder y a los manzanilleros después de que estos ejecutaran en Yara la primera acción bélica de nuestra historia; uno que avisa el día esperado y otro que suplica ayuda; uno original y otro con referencias a otros similares.
A pesar de que Céspedes no radicaba en Bayamo, es imposible que desconociera las notas musicales de “La Bayamesa” compuestas por Figueredo desde hacía un año; pero si sabía que no tenía letra ni mensaje que exaltara ánimos y que no fue escrita profesamente para acompañar un alzamiento de independencia de alcance nacional.
El 20 de octubre, ya liberado Bayamo, Figueredo sobre su cabalgadura escribe la letra del himno “La Bayamesa”. En una de sus estrofas advierte al pueblo que en la calle disfrutaba la libertad: “contemplad nuestras huestes triunfantes”. Estas huestes eran los manzanilleros que, con Céspedes al frente, salieron de La Demajagua, enfrentaron a los españoles en Yara y liberaron a Bayamo. En este himno la palabra “corred” aparece cinco veces cual súplica de apoyo. La frase “no temáis a una muerte” se menciona en dos versos como una enseñanza moral de que es glorioso morir por la Patria. Tres veces se reclama que “del clarín escuchad el sonido” cual fuerza catártica capaz de sacar la mayor o menor cantidad de valor y coraje que se pueda tener dentro.
El doctor Eusebio Leal comenta que el maestro Manuel Duchesne Morillas decía que “se descubrían algunos antecedentes en el himno cubano, que fue compuesto sin letra para acompañar la procesión del Corpus Christi en la Iglesia de Bayamo y que La Marsellesa francesa venía por detrás sigilosamente con un poquito del Barbero de Sevilla”.
La letra de este himno nace de la necesidad de que el pueblo bayamés apoyara la revolución como única alternativa de evitar que los españoles recuperaran la ciudad, pues era evidente que el naciente ejército que liberó a Bayamo no era suficiente en número y pertrechos para detener la obvia respuesta que desde varios puntos harían los peninsulares. Se imponía, como única posibilidad de resistir, el apoyo de la población. En esa necesidad de apoyo que se reclamaba a la población de Bayamo está el sentimiento que inspiró la letra del himno. Cuatro días después de divulgada la letra la pereza y la indisposición de los bayameses obligaron a Céspedes a firmar la “Ley del Servicio Militar Obligatorio”.
Pero el 12 de enero de 1869 todavía no se veía decisión en la población de incorporarse a las tropas acampadas en la vertiente sur del Rio Bayamo; el mensaje de Perucho de “al combate corred bayameses” no logró su objetivo. Ese día, cuando la caída de la ciudad era inevitable, todo ardió en llamas. Todo se redujo a cenizas: las casas, las farmacias, la Iglesia. Desapareció bajo las llamas, incluso, la partitura del Himno. Todo, excepto la casa del hombre que salió de La Demajagua comandando a los manzanilleros.
¿Quiénes y por qué se decidió prender fuego a Bayamo? La historia escrita señala a la propia población para que los españoles no encontraran nada cuando recuperaran la ciudad.
Lo cierto es que después de 84 días escuchando “del clarín el sonido” los bayameses no habían “corrido al combate”, seguían en sus casas mientras los insuficientes efectivos comandados por Masó y Maceo Osorio intentaban detener las numerosas fuerzas provenientes de Las Tunas.
Tras un elemental ejercicio de lógica cualquiera llega a la conclusión de que “la patria hubiera contemplado más orgullosa” a los bayameses viéndolos “correr al combate” para defender la ciudad que viéndolos con sus bultos de pertenencias en los hombros buscando refugio en la manigua y la ciudad ardiendo a sus espaldas.
Una idea que nace de la tradición oral manzanillera de antaño, quizá de algún testigo y hasta protagonista, que la conocen los actuales y que será imposible que no llegue a los del futuro, es que “la quema de Bayamo” se hizo para instar a sus pobladores a salir de sus casas para defender la ciudad ante la arremetida de las tropas del Conde de Balmaseda. Al final el apoyo no llegó y Bayamo capituló.
Los camagüeyanos traicionaron a Céspedes. Nunca aceptaron la anticipación de la fecha del alzamiento. Una orden de detención contra los principales líderes no fue suficiente para convencerlos de esta decisión. Esgrimían la necesidad de otra zafra para reunir dinero y comprar armas. Se demoraron en reconocer el liderazgo de Céspedes y en apoyar el alzamiento. Esto, unido a la indecisión del pueblo bayamés en sumarse a la revolución contribuyó a la pérdida de la Plaza tras sólo dos meses y medio de ser liberada. Bayamo fue la primera ciudad liberada… y la primera en perder la libertad.
Salvador Cisneros Betancourt, como Presidente de la Cámara de Representantes, traicionó al Líder y a la Constitución. También lo traicionaron Zambrana y Agramonte. Este último, en un gesto de inesperada inmadurez reta en duelo a muerte a quien la mayoría de los jefes alzados ya reconocían como líder de la Revolución.
Pero si la traición de los caudillos camagüeyanos fue decisiva en el curso posterior de la guerra, triste fue la traición de los bayameses. Aguilera, como vicepresidente, traicionó a Céspedes al aceptar la decisión de La Cámara de destituir a éste como Presidente de la República en armas, cargo que por ley constitucional debía (¿quería?) ocupar el vicepresidente. Al final el mismo Aguilera fue traicionado también al no ser nombrado y el cargo lo ocupa Cisneros Betancourt (Marqués de Aguas dulces) en fragante violación de la Constitución que estipulaba que el Presidente de la Cámara no podía ser Presidente de la República. Zenea también lo traicionó, pues como agente español puso en peligros la vida de Céspedes y de su esposa grávida Ana de Quesada. También Fornaris y Estrada Palma, traicionaron el carácter de independencia sin anexión de la gesta iniciada por Carlos Manuel.
Ni Masó, ni Titá Calvar, ni Codina, ni Maestre, ni Fernández Ruz, ni el dominicano Luis Marcano, ni ninguno de los líderes manzanilleros que estuvieron junto a Céspedes aquel día cuando “ese astro bello que rutilante en la risueña mañana asoma sobre la cima de la alta loma, ese es el sol de la libertad” traicionó al Presidente viejo.
Si Céspedes no anticipa el Grito de independencia en La Demajagua, él mismo y todos los demás resentidos por tal adelanto, hubieran sido hechos prisioneros, deportados a España y la historia sería otra. La Revolución de independencia y la abolición de la esclavitud se hubieran retrasado 20 ó 30 años a espera de un nuevo líder que sin dudas ya maduraba en José Martí.
Los proclamados y autoproclamados “Cuna de la Revolución”, “Crisol de la nacionalidad cubana”, “Sede del primer gobierno” deberían retribuir, si la honestidad se lo permite, todos esos méritos a la ciudad de Manzanillo y a su Barrio La Demajagua. Hacer lo contrario se llama usurpación.
Lograr la devolución no será por medio de la súplica. Será por medio del derecho y la investigación histórica. También debe hacerse sentir la actuación de las autoridades políticas y gubernamentales y del pueblo. Y en la entrada a la ciudad, en carreteras y caminos de estos lugares hay que levantar vallas y gigantografías que digan “Aquí nació la revolución”, “Esta es la cuna de la revolución”, “Aquí funcionó el primer gobierno de la República de Cuba”, “Este fue el primer pueblo libre de Cuba”, “En este crisol se dio forma a la nacionalidad cubana”. Hacer lo contrario se llama complicidad con lo falaz.
Sólo se necesita honestidad, responsabilidad, fidelidad, apego a la verdad y, sin pasionismo, exponer los argumentos que existen y que cada día aparecen más y con mayor solidez.
Y si aquella primera etapa de la revolución fracasó por los pactados en el Zanjón de Camagüey, fue en Bayate de Manzanillo donde se dio el tempranero y real grito de independencia del 24 de febrero de 1895, por el poco valorado manzanilleroBartolomé Masó, señalado por la Junta Revolucionaria para liderar el levantamiento insurreccional, y a quien se debe que no fracasara el alzamiento del 24 de febrero y, quien con este gesto, evitó que cayeran para siempre al pisar nuestras playas, Maceo, Gómez y Martí.