María Luisa Gómez Mena la Condesa de Revilla de Camargo nace el 3 de octubre de 1907 y muere en un accidente de tránsito el 23 de julio de 1959 en Burgos España. Era una de las mujeres más ricas de Cuba cuando triunfó la revolución de 1959 descendiente de una de las familias más importantes que tuvo Cuba , la familia Gómez Mena ,dueños de una inmensa fortuna dueños de gran cantidad de negocios entre ellos varios ingenios. Aunque sólo pasaba en la Isla los cuatro meses de invierno porque el resto del año se lo pasaba entre la Riviera francesa, París y New York en su soberbio palacete de 17 y E en el Vedado se celebraron siempre las más fastuosas de las veladas a las que asistían siempre los más poderosos políticos y empresarios de la Isla y hasta nobles extranjeros como los reyes de Bélgica y los Duques de Windsor.
Cuando el terremoto político de 1959 sacudió toda la Isla la condesa de Revilla de Camargo creyó como tantos otros que se trataba de un evento pasajero y apoyo el proceso; pero al percibir que se trataba de un cambio radical abandonó el país para nunca regresar.
Por supuesto que el Gobierno de Cuba “intervino” su casa y se adueño de ella. Años después decidiría convertirla en un museo, por lo que se realizaron grandes reformas en el inmueble. Y fue entonces, el 24 de julio de 1964, cuando al derribar una falsa pared del sótano salió a la luz una fortuna en obras de arte que María Luisa Gómez-Mena, había ordenado ocultar antes de abandonar el país.
Curiosamente casi 40 años después de este hallazgo, en 2013, en el Palacete, ahora Museo de Artes Decorativas, se descubrieron otros cinco valiosos lienzos del siglo XVIII del romanticismo francés que habían permanecido hábilmente enmascarados detrás de cinco inmensos paños de terciopelo dorado que se habían deteriorado con el paso del tiempo.
Estos cuadros se encontraban en perfecto estado de conservación y antes de su hallazgo se consideraban perdidos. Hoy se pueden contemplar en el Museo de Artes Decorativas junto a otras joyas del arte universal que se exhiben en la institución.
Carta de la condesa de Revilla de Camargo al doctor Fidel Castro
Doctor Fidel Castro:
Fíjese que le digo "doctor" en vez de "señor". Y no se asombre. Estoy dispuesta a llamarle "Premier", "Comandante", "Presidente" y todo eso a lo que, de un modo u otro, "se llega". Pero jamás le diría "señor", porque a eso no "se llega", se nace. Y usted no nació señor, doctor. Esta última coma lo explica todo; desde su inferioridad congénita hasta la destrucción de nuestra Patria. Porque las comas, doctor, tienen demasiada importancia en nuestro lenguaje; ese mismo lenguaje que usted estropea y destruye con idéntica crueldad con que destruye y estropea las demás cosas. Pero observe que una coma mal colocada, puede transformar no solo la Gramática, sino hasta la Historia, puesto que si en vez de decir: "y usted no nació señor, doctor", dijera "y usted no, nació señor, doctor", estaría ofendiendo a los señores, a Cuba y a Dios, Nuestro Señor.
Y ya, con las comas y los puntos en su sitio, pasemos a tratar sobre un tema que a usted le enfurece y a mí me entretiene y hasta me divierte: la crónica social.
La otra noche la emprendió usted contra los cronistas y contra la sociedad. Sobre todo, contra la sociedad. Se explica: ese es el único "latifundio" destruido y confiscado sin perjuicio de su familia.
¡Oh, ese odio suyo a la sociedad! Es irreconciliable. ¿Cómo se puede andar por la vida con tanto odio a cuestas? Es incomprensible. Y más aún en quien —como usted— ha tenido que escalar, porque todo lo ha obtenido escalando y trepando. ¿No le pesaba demasiado el odio? ¿No le estorbaba? Pregunta ingenua. No le estorbaba. De haberle estorbado, lo habría suprimido. Como ha suprimido cuanto le ha estorbado. Desde Camilo Cienfuegos, hasta la "patria potestad" que, de hecho, ya está suprimida, o trasladada como "función social" del Estado.
Usted, doctor, lo odia todo. Pero es lógico: odia lo que nunca tuvo y nunca tuvo nada. Si no me inspirara tanta repugnancia sentiría por usted una profunda lástima y hasta humana compasión. ¡Si se viera! ¡Es tan abominable! Es tan repulsivo que ha logrado que la humanidad llegara a sentir por usted lo que usted siempre ha sentido por la humanidad: asco, repulsión y desprecio.
Por eso, la otra noche, cuando desbarrando bajo la lluvia —porque llovía torrencialmente— usted lanzaba contra la sociedad cubana los dardos envenenados de sus insultos y calumnias, hube de transportarme —transporte mental, no se haga ilusiones— a mi residencia del Vedado, robada y tiznada por el "Premier Alí Babá y sus cuarenta mil ladrones".
Y eché a volar la imaginación. Lo vi a usted, en mi mesa, con seis milicianas, dos rusos, un chino, —el chino no era Kuchilán— dos checoslovacos y Almeida. Comiendo al estilo ruso, de la Rusia de hoy, donde todas las groserías están previstas. No a la rusa, como siempre se sirvió mi mesa, que era el estilo fino y elegante de la Rusia aristocrática y tradicional, cuyas elevadas costumbres no murieron bajo la metralla criminal que exterminó al Zar y a toda su familia.
Los vi metiendo las manos en los platos de caviar y llevándolas a las grandes bocas insaciables, tratando de limpiarse después, bocas y manos, en el mantel.
También vi a la plebe, con su jefe nato presidiendo la mesa, tomarse mi champán. El champán de mis bodegas. Y no lo sorbían, lo volcaban sobre las fauces, como si lo arrojaran al vertedero.
Los comentarios de los alfabetizadores no tenían desperdicios. Una de las milicianas decía:
—Esas "bolitas" (caviar) no me gustan. Parecen uvitas con sabor a pescado.
Y otro remataba:
—Yo quiero cerveza o ron. "Esto" está muy amargo. Pa’ mí que esta sidra se ha echao a perder con tanto tiempo guardada ahí.
Almeida aprovechó para poner el diálogo en su salsa:
—La verdá, compañero Fidel, yo prefiero la carne con papas y los huevos fritos con arroz. En estas comidas “fistas” se queda uno como si no hubiera comido.
Y usted no dijo nada, Fidel, porque decir algo le hubiese llevado mucho tiempo. Porque uno de los rusos se lo hubiera tenido que traducir al compañero ruso, a los compañeros checos y al compañero chino. Y eso le iba a embargar demasiado el tiempo que usted necesitaba para algo que advertí en sus ojos: el propósito de salir de allí, lo más pronto posible, para sumergirse en una fonda de chinos y "banquetearse" con un suculento plato de arroz frito, con chop suey y mariposas fritas.
No se extrañe, doctor Castro, "gato no come tomates". Y la chusma —como si pesara sobre ella una maldición— es alérgica al champán, al caviar, a la mantelería de hilo y las cristalerías de Bohemia o de baccarat.
Por eso mi casa le es tan adversa a usted y los suyos, como los suyos y usted, a mi casa.
Es una consecuencia lógica. Y hasta una represalia justa.
A mí me da náuseas su peste.
Y a usted mi perfume.
El olfato me absolverá.
Usted me lo ha robado todo. Usted ha detentado mi casa. Usted ha convertido mi residencia en un chiquero.
¡Ah, pero en el pecado lleva la penitencia!
En mi casa —donde quiera— hay cosas finas y olor a limpio y a decencia.
¿Se asustó la primera vez que entró en ella, verdad?
¡Vea usted mi venganza!
Todos los ladrones, cuando entran en una casa, asustan a los dueños de la casa. Y esa es mi venganza: usted es el único ladrón que al entrar ha sido el asustado.
¿Le parece poca mi venganza?
A mí, Dios me perdone, me parece excesivamente cruel.
De usted, con todo mi perfume,
Condesa de Revilla de Camargo.