Martí se abalanzó sobre Antonio de Zambrana para caerle a piñazos de no ser por la oportuna intervención de Maceo y Flor Combret. Esto sucedió, según narra Alberto Plochet, en un acto de recaudación de fondos en New York, en 1885.
Martí, ya separado públicamente del plan Gómez-Maceo por considerar que ese proyecto de liberación degeneraría en un mando autoritario, sufrió grandes críticas que cuestionaban incluso su hombría. Una de ellas, sucedió precisamente esa noche e hizo perder la calma al Apóstol. Antonio de Zambrana, que ha pesar de haber sido un destacado tribuno en la convención de Guáimaro tenía una carrera política ambivalente, mirando a Martí dijo: «Los que se oponen a la revolución por temor deberían llevar faldas y enaguas». Martí, apretando el bombín con furia, respondió: «A quien usted ha hecho alusión no le cabe la vergüenza en los calzones, y esto se lo puedo mostrar aquí mismo o afuera si lo tiene a bien». Acto seguido sucedió la escena narrada al principio en la que intervinieron Maceo y Combret.
Hay ocasiones en que es imposible la dialéctica como recurso, y más cuando la mezquindad del oponente es total, sea un hombre o un Estado. Si ser intelectual significa ser amanuense del poder injusto, entonces la intelectualidad deviene un ejercicio de análisis vacío que se justifica con correciones estilísticas que tienen como fin último justificar el crímen.
Ante el abuso de poder de un sistema enquistado, hay veces que las palabras «incorrectas» son las apropiadas para traducir el dolor y la impotencia. Sospecho que, hoy por hoy, Martí apretaría nuevamente su bombín.
(Imagen: Fragmento de la obra «Encuentro», de Manolo Castro y Julio Lorente)