Mis amigos, hoy les voy a poner el último trabajo que tengo sobre el tema Estudiantes de medicina. No porque lo dejé para el final es que sea menos importante, al contrario. Espero lo disfruten.
El guardián de la inocencia
Con solo 19 años, Fermín Valdés Domínguez ya tenía en su historia la fundación junto a José Martí del periódico El Diablo Cojuelo y una condena de seis meses acusado de infidencia. Sin embargo, quizás durante toda su vida nunca estuvo tan cerca de la muerte como en aquellos días de 1871. Fermín fue uno de los estudiantes conducidos a prisión en la tarde del 25 de noviembre.
En un magnífico libro publicado dos años después, Valdés Domínguez fue el primero en contar los detalles de esas horas. De las acusaciones del Gobernador Político recuerda la brusquedad y su “habilidad funesta para teñir de política los actos en el cementerio”.
Mientras tanto, del profesor Pablo Valencia —incapaz de detener el arresto en su salón de clases— rememora el “miedo egoísta que embargaba todas sus facultades”. De la prisión, habla de las dos noches obligados a dormir en el piso y sin mantas.
Sin embargo, pocos testimonios son tan reveladores como el de la espera para conocer el veredicto del segundo juicio.
En el segundo Consejo de Guerra, Fermín y una decena de estudiantes recibieron la condena de seis años de cárcel. Otros debían cumplir penas de cuatro años. No obstante, luego de varias gestiones y gracias al escándalo desatado en algunos países por el fusilamiento de los jóvenes, a mediados de 1872 el rey Amadeo I firmó un indulto para todos y sin rehabilitarlos públicamente los deportó a España.
Nada más llegar a aquel país, Fermín comenzó un titánico trabajo para denunciar la injusticia cometida con sus compañeros muertos. En el primer aniversario de los hechos circuló por Madrid un impreso que recordaba a los estudiantes y en años sucesivos publicó varias ediciones de su libro Los voluntarios de La Habana en el acontecimiento de los estudiantes de Medicina
Junto a ello, en enero de 1887 logró que uno de los hijos de Gonzalo Castañón confirmara la normalidad del nicho de su padre, un testimonio que echó por tierra la justificación empleada 6 años antes para fusilar a los estudiantes. A su vez, impulsó la exhumación de los restos de sus compañeros y recaudó fondos para erigir el actual monolito funerario. Más tarde él también reposaría allí.
Finalmente, cuando se habla del fusilamiento de los estudiantes es imposible no recordar el pequeño monumento que guarda el sitio donde los ocho jóvenes encontraron la muerte. Allí también estuvo la mano de Fermín Valdés, porque gracias a sus gestiones fue posible salvar de la demolición un fragmento de la pared que sirvió para colocar a los estudiantes frente a sus verdugos.
Es un sitio pequeño, con ocho columnas de mármol y algunas inscripciones para recordar aquel fatídico día. Si uno se acerca lo suficiente puede ver las huellas de las balas sobre los bloques de la pared. A su lado, esbelta, la bandera cubana que Fermín Valdés elevó sobre el muro como prueba de fidelidad y patriotismo.
La labor de este hombre fue vital para preservar la memoria histórica sobre los hechos. Sin su constancia quizás muchos detalles se hubieran perdido en el tiempo. Con sus textos, su valentía y su labor de años para demostrar la inocencia de los estudiantes y denunciar lo ocurrido, reveló quiénes deberían ser los verdaderos acusados.