Nuestro inolvidable Bola de Nieve, Ignacio Jacinto Villa y Fernández, le dio la vuelta al mundo varias veces y fue, sin dudas, uno de nuestros embajadores culturales más notables. Había nacido en Guanabacoa el 11 de septiembre de 1911, terreno fértil para la música y residuario de manifestaciones de origen africano. Hijo de Inés Fernández, bailadora de rumba y cuentera maravillosa. De ella heredó la alegría criolla y el arte culinario, y su amor por la música. Bola confesó en una entrevista que él tenía voz de manguero, y con esa declaración tan personal nos subyugó a todos por su ingenio interpretativo y su gracia personal.
“Bola de Nieve se casó con la música y vivió con ella en esa intimidad de pianos y cascabeles, tirándose por la cabeza los teclados del cielo. Salud a su corazón sonoro”, escribió Pablo Neruda. Pero su salud le falló. Él confesó también a un periodista: «Soy Bola de Nieve: un negro en flor».
El inolvidable autor de cantos de cuna y boleros como Si me pudieras querer, o canciones nostálgicas como Ay, amor, al pregonero de El manisero, de Moisés Simmon y Ecó, de Gilberto Valdés; a Bola, ese clamor de cubanía universal, ese latido frágil que nos alimenta el corazón…