NUESTRO JOSE MARTÍ HOY MÁS QUE NUNCA:
Grande en la vida y en la muerte, heroico en el aspirar y en el ejecutar, así fue Martí. Ayer se le miraba como un conjunto de raras y contrapuestas cualidades. Hoy, a nuestros ojos asombrados y entristecidos, su vida nos parece hecha de un sólo bloque de indestructible granito. Martí fue un hombre tipo. Uno, por la fijeza de su idea, uno, por la firmeza de su carácter. Todo lo inmolo por esa idea, que no era otra que la redención de un pueblo. El artista exquisito olvidó su arte, el hombre apasionado sus afectos. Martí se desposeyo de si mismo por completo y por completo se dio a Cuba. Demasiado sabía lo que cuesta esa consagración. Más nunca se le vio vacilar. Aunque sus pies sangraran proseguía su camino, aunque desgarraran sus oídos los silbidos y los insultos, continuaba mirando hacía adelante. ¿Qué obstáculo podía detenerlo? ¿Qué riesgo amedrentarlo? Sabía el que la mirada de Cuba lo seguía, y estaba dispuesto a merecer esa preferencia, para enseñar a los otros a merecerla. Sabía más, sabía que iba a la muerte, lo presintio, lo profetizo. Pero, ¿que le era la muerte, si lo que el quería era dar vida a un pueblo? Para que resplandeciera en lo más alto la pureza de su corazón, sería quizás necesario que una bala enemiga lo traspasara. No importaba. El iría a desafiar la bala enemiga. Pero entonces sus enemigos, que eran los enemigos de Cuba, tendrían que callar avergonzados; y este silencio sería el principio del triunfo de Cuba. El no lo presenciaria, no disfrutaría de sus beneficios. Tampoco importaba si ya su obra estaba realizada, y Cuba recogía el fruto glorioso y sangriento.
¿Cabe mayor grandeza de alma? No, no hay vida más digna de admiración que la del patriota José Martí. Sus amigos íntimos lo reconocían, cuando le daban el noble y cariñoso título de maestro. Los cubanos todos lo reconocemos, cuando lo veneramos con el nombre insigne de mártir. Fue maestro que enseñó doctrinas de libertad, lecciones de concordia, ejemplos de dignidad moral. Y por su vida de abnegación y por su muerte ha merecido que se sintetice su carrera en la palabra gloriosa, que pone un nimbo resplandeciente en torno de unos cuantos grandes nombres, en la que inmortaliza a los Prometeos, clavados en su roca, y a los Cristos, clavados en su Cruz, la palabra SACRIFICIO.