Obra y vida de la llamada
«REINA DEL GUAGUANCÓ»
Por. Henry Puente.
Entre muchas otras cosas se dice, siendo cierto, que estuvo presa en 1965 por apuñalar a su entonces marido, el susodicho permaneció grave, pero afortunadamente para la divina cantante, no llegó a matarlo, la razón del intentó de homicidio fue, por haberle robado una sustanciosa suma de dinero, algo que descubrió a su regresó de París, dónde actuó en el famoso «Music Hall» de la Ciudad Luz, como parte de la delegación cubana que se presentó allí, para más tarde ser absuelta por la justicia isleña, que debido a su importancia artística, hizo lo indecible por encubrir los hecho, asimismo, que ya muy alcoholizada murió completamente drogada y fue encontrada en su apartamento del Vedado habanero situado en Línea y F, denunciada por sus vecinos muchos días después, conllevado por el mal olor que desprendía de su interior, que su lujosa casa fue regalo de Esteban Ventura, el incondicional famoso militar asesino perteneciente a la dinastía del otrora presidente cubano Fulgencio Batista, convertida en su amante, con el cuál mantuvo por años amores turbios escondidos, a pesar de toda esa vida terrenal escandalosa de alcohol y desafueros amorosos, lo cierto resulta que, cuando partió Celeste Mendoza se eclipsó un modo de cantar, de bailar, de hacer. Y no es que en los rumbones de los barrios las mujeres no canten ya guaguancó, pero lo cierto es que Celeste Mendoza dejó el trono vacío y hasta hoy su reinado ha prevalecido más allá de la muerte y de todas las rumbas que en su honor suenan por toda la Isla, y dondequiera que haya un cubano. Celeste hizo trizas el mito de la preeminencia masculina en el género y de paso, lo volvió un acto vocal solitario; y lo hizo desde una fiera sensualidad, con artes de conquista desmedida y pasión desafiante, pero dejando intactos el ritmo y la cadencia que les son esenciales al guaguancó. Su poder de seducción habitaba en esa bien timbrada voz de contralto, en la desmesura del gesto, en las bondades explícitas de su cuerpo que se empecinaban en transgredir los escasos centímetros de su angosta falda de medio paso, cuando ya parecían atacar su busto prominente y el sobresaliente moño o el empinado turbante. Tan fuerte y tan grande fue lo que conquistó, tan demoledor el poder de su imagen, que quizás para las que vinieron después continuar el camino resultó inalcanzable. Ya Celeste no era terrenal: era un mito. Y su corona aún espera por que sea ceñida sobre una cabeza de mujer que, si no supere, al menos iguale su proeza.
Nunca se lo agradeceremos lo suficiente. De no haber sido por ella, el guaguancó no habría irrumpido en voz y cuerpo de mujer y con una excelencia irrepetible en salones, pistas de cabaret y medios de difusión masiva. Era un reto no sólo musical, sino también de género. La Mendoza llegó, abriéndose paso, como una tromba arrasadora que mostraba exultante su dominio escénico, su cantar desinhibido, acercando sin pedir permiso, y del modo más natural, el guaguancó a la aceptación popular más absoluta. Ella, que era santiaguera, asumió este subgénero del complejo de la rumba, lo hizo suyo para entregarlo aderezado con su gestualidad de fiereza desafiante, de guapería femenina –inseparable de su singular fraseo-, la soltura de su cuerpo y sus gestos y su irrefrenable sabrosura, pero no se contentó con esto, pues no hubo género o estilo popular que se le resistiera: lo mismo el bolero, la ranchera-mambo que un son tradicional se dejaron mecer en la voz y las caderas de Celeste, a golpe de guaguancó. Quien se asome a los inicios de su vida comprenderá que no podía ser de otro modo: según ella misma contó en televisión, pocas horas antes de su nacimiento había llovido torrencialmente y enseguida se sintió un fuerte temblor de tierra. Sería el aviso premonitorio de lo que venía.
Nací el 6 de abril de 1930 en el barrio de Los Hoyos, en Santiago de Cuba. Desde muy pequeña me empezó a atraer la música. No se me olvidará que me sentaba en la puerta de mi casa – contaría Celeste – En la esquina estaba la carnicería de Perucho, un negro más buena persona que el carajo muy bien dotado, se notaba a simple vista al mirar su pantalón, a mí aquello me volvía loca, se formaban tremendas rumbas los sábados y los domingos. Eso era muy grande. Con un cajón de bacalao, dos cucharas, y la clave era otra cuchara con una botella. En unos calderones grandísimos se hacían chicharrones, ahí mismo en la calle. Los litros de ron blanco y cerveza que se consumían era lo más grande de la vida, yo era chiquitica y me metía en la rumba, me desguazaba toda, cuando se enteraba mamá iba y me sacaba, yo lloraba, los mulatos le decían: Déjela, Cecilia, es tan simpática, me sentaba, pero cuando ella se iba para la cocina a hacer sus cosas, yo volvía a meterme en la rumba, a veces mi tía Margarita se llevaba a mamá y la entretenía, mi madre me recordaba a cada rato: Ay, hija, yo que tanto te castigué. La música la llevo en la sangre desde que nací.
En 1943 la niña rumbera se muda con su familia a la capital del país y su vida transcurre de modo normal, sin grandes sobresaltos, con el tema El golpe de Bibijagua concursa en un programa de participación en la radioemisora CMQ, que conducía Germán Pinelli, hasta que en 1951, con casi 21 años, decide presentarse y es aceptada para integrar el cuerpo de bailes del cabaret Tropicana, dirigido por Roderico Neyra “Rodney”. Con nostalgia cómplice recordaba Ofelia Fox el paso de Celeste por el famoso cabaret bajo las estrellas: A mediados de 1953, Rodney había decidido presentar, tras el show titulado “Omelen-ko”, una serie de cuadros o segmentos que evocaban, como los anuncios proclamaban, El tipo y la picaresca de 1800, uno de ellos lo centraba Celeste Mendoza. La profunda voz de la Mendoza y su entrega desinhibida de canciones populares y boleros en un estilo guaguancó tenía poco que ver con lo que los anuncios ingenuamente proclamaban. Por esos meses con Omara Portuondo, Gladys León e Isaura Mendoza forma un cuarteto vocal-instrumental dirigido por el pianista y compositor Facundo Rivero, avezado en esas lides de formar conjuntos de voces. En Tropicana fue parte del respaldo coreográfico en las presentaciones de Carmen Miranda y Josephine Baker, de quien se cuenta hizo entonces una memorable imitación, por ese tiempo participa en el rodaje del filme Tin Tan en La Habana (o El Mariachi Desconocido) que protagonizaran Germán Valdés Tin Tan y Rosita Fornés y donde se le puede ver como parte del cuerpo de bailes, en 1952 canta en el programa Alegrías de Hatuey, en la emisora Radio Progreso, acompañada por una orquesta dirigida por Ernesto Duarte y un año después se produce su debut en televisión como solista, en el programa Esta noche, de CMQ, dirigido por Joaquín M. Condall, en el que cantó a dúo con el bolerista Miguel de Gonzalo. Contaba Celeste-Fui una de las primeras en cantar el bolero ranchera, sobre todo cuando interpreté «Que me castigue Dios», acompañada por la orquesta de Ernesto Duarte y sus interpretaciones, de cualquier género, las hice en tiempo de guaguancó, nadie jamás había incursionado de ese modo.
El cabaret Sierra no estaba en el circuito de los de primera línea. Algunos lo situaban en los llamados “ de segunda”, otros en un segmento indefinido entre los primeros y éstos; se ubicaba en un barrio obrero, en la intersección de Concha y Cristina, en las inmediaciones de lo que hoy conocemos como el barrio de Atarés, a cierta distancia del centro de la ciudad, pero aun así, resultaba muy popular. A inicios de 1958, Celeste debuta en el Sierra, donde permanece por varios meses y se convierte en el centro de la atracción de ese night club. Allí la vio y escuchó por primera vez Guillermo Arenas, empresario artístico colombiano afincado en Venezuela, y fue, probablemente, uno de los primeros en valorar el fenómeno que comenzaba a representar aquella guapachosa muchacha, argumentando: Celeste domina el guaguancó, que es el género de la locura –declararía Arenas-. Tiene lo más difícil de conseguir en una intérprete: Ángel. Es originalísima, puede que sea un poquito Laserie y otro poquito de Benny Moré, pero en una mujer es excusable, ella sufre y vive lo que canta. Y no vaciló en augurar que sería » La próxima gran estrella de Cuba”. Se planteó llevarla a Europa, como parte del elenco que debía triunfar bajo su égida, y la contrata de inmediato para una serie de presentaciones en Venezuela, pero hubo problemas con Celeste, quién, inexperta y siempre conflictiva, no supo a tiempo qué tipo de compromisos implicaba un contrato e hizo públicas unas declaraciones donde acusaba de Arenas de no honrar los pagos convenidos, lo que fue totalmente desmentido por el empresario y algunos de sus allegados cubanos. Con tales desavenencias como telón de fondo, el colombo-venezolano Arenas, le imputó el incumplimiento del contrato a causa de una serie de incidentes y agresiones, la controversial cantante regresa a La Habana desde Caracas y a mediados de año se le ve en la pista del Casino Parisién del Hotel Nacional en el show “Espíritu Burlón”, pero sólo por breve tiempo. Después, en su reapertura el 1 de octubre del propio 1958, el Alí Bar recibía la voz de trueno y la sabrosura del guaguancó de la Mendoza, quien era excelentemente acogida en un cartel de lujo, junto a Benny Moré, Fernando Alvarez, Roberto Faz y su Conjunto, entre otros, se le encuentra también por ese tiempo alternando en «Las Vegas Club», frente a Radio Progreso. Ya para entonces, la llamaban la reina del guaguancó.
Viaja a Nueva York a mediados de 1959, contratada por el empresario Catalino Rolón, para presentarse en el teatro Puerto Rico, del Bronx, con un espectáculo que centraban la vedette cubana Olga Velosky y el mexicano Fernando Fernández. La revista Show anunciaba que el 17 de junio, Celeste se presentaría en el teatro La Perla, de San Juan, Puerto Rico. En julio ya está de regreso en La Habana y debutando en la pista del cabaret “Night and Day”, junto a Marta Picanes y a quién luego sería también una diva indiscutible, la inmensa Gina León. En septiembre comparte con Benny Moré, Orlando Vallejo, Rolando Laserie y Ramón Veloz uno de los shows más populares de 1959, esta vez en la pista del «Alloy Night Club», calificado como una tremenda demostración de cubanía, nooche tras noche, decenas de personas colmaban el cabaret y otras tantas aguardaban pacientemente por entrar.
Nótese que ninguno de estos night clubs era considerado de primera categoría, sin embargo, el Alí Bar, Alloy, Las Vegas, el Autopista, el Nacional, el Palermo, y como ya dijimos, el Sierra, constituían el circuito más popular y accesible para el público que adoraba el tipo de repertorio y estilo de los cantantes más populares y por tanto, muchos de los artistas más exitosos preferían y decidían reverenciar ese fervor popular.
Es en este año que Guillermo Alvarez Guedes, entonces dueño y gestor del sello Gema, decide tener a la Mendoza, junto a Rolando Laserie y Fernando Alvarez entre los lanzamientos discográficos inmediatos que fortalecerían su marca, de la que Bebo Valdés era entonces el director musical. Celeste confesaría alguna vez, que sus primeras grabaciones fueron Besos Brujos y Que me castigue Dios, que figuran en su primer disco de larga duración producido por Gema, y que incluye además Nada te puedo brindar, Para que sufras, Juanpampiro, Soy tan feliz, Nena, No he de volver, Con locura y Caprichoso. Los temas La confianza, y Zoraida y Juan José fueron cantados por la diva con único acompañamiento de percusión.[10] Durante 1959 Celeste se presentó también dentro de una muy popular programación que ofrecía el Coney Island Park en la Playa de Marianao, con el respaldo de la orquesta Sabor de Cuba, dirigida por Bebo Valdés, y que incluía a figuras de gran arraigo y fama en ese momento, como Rolando Laserie, Fernando Alvarez, Jorge Bauer y Pío Leyva.
Al iniciarse 1960 Celeste vuelve al Alí Bar, donde comparte escenario con Blanca Rosa Gil, Reinaldo Hierrezuelo y Ñico Membiela, cantantes de amplia popularidad a partir de sus éxitos de victrola. Es el año de su éxito en el Cabaret Parisién del Hotel Nacional, en el circuito de primera línea. Allí fue memorable, en los meses de agosto y septiembre, la rivalidad de la Mendoza con Gigi Ambar, una excelente y bella cantante cubana, con mucho rodaje internacional, a quien venció en contienda que seguiría más allá de la pista. Así lo reseñaría la revista Show “El duelo Gigi vs». Celeste es la comidilla del mes del renglón artístico en la vida nocturna habanera y por su sensacionalismo resultaría un suceso en cualquier parte del mundo, aún hasta en los sitios donde no se tuvieran anticipos de nuestro folklore criollo. Celeste interpreta Blancas Azucenas, Sobre una tumba una rumba, Aquí na’má y Rumba Rica. Gigi, por su parte, canta Serenata Mulata, Plegaria Alaroye, Noche de Ronda, y también Rumba Rica. Tras varias semanas, los decibeles de la apasionada controversia de cada noche subieron a niveles alarmantes –narra la misma fuente- y resultó en una desavenencia personal entre ambas intérpretes, de tal magnitud, que la dirección del Cabaret Parisién se vio precisada a cambiarlas de camerinos, y, reforzando el poderío de la Mendoza, instar a Gigi Ambar a abandonar el show.
Un mes después, el jueves 27 de octubre, Julio Sandor estrena un nuevo show en el mismo cabaret, con música cubana y brasilera. Celeste mantiene su reinado en el escenario, escoltada por René Cabel, el Cuarteto D’Aida, ya sin Elena Burke y Moraima Secada, en sustitución de Los Modernistas, la bailarina Ana Gloria y la pareja de bailes Guille Averhoff y Willy, además del Conjunto Casino en alguna esporádica presentación.
En 1961, con la partida Olga Guillot, en ese momento figura principal del show del Casino de Capri, Celeste es una de las cantantes que su productor Anido hace pasar, aunque fugazmente, por su pista para intentar cubrir el vacío que definitivamente y luego de varias candidatas, será cubierto de modo espectacular por la no menos grande Gina León. También son recordadas ese año sus presentaciones en el club Scheherezada junto a Pacho Alonso y el Combo de Peruchín, sitio donde también cantaba, centrando su propio espectáculo, otra de las grandes: Elena Burke. Con Rolo Martínez construyó en el popular cabaret Sierra una corriente de fanáticos que acudían a adorarles al night club de la calle Concha, donde La Reina mantendría su corona por mucho tiempo.
Celeste Mendoza fue parte de un relevante suceso cultural organizado por el musicólogo y promotor Odilio Urfé: el Primer Festival de Música Popular, que llevó al escenario del antes exclusivo Teatro Auditorium a los mayores nombres de los distintos géneros musicales. Celeste cerró el programa del 26 de agosto de 1962, dedicado a la muestra del llamado “folklore criollo”. Este evento tuvo su segunda edición, y la última, en agosto de 1963, dirigido esta vez por nadie más y nadie menos que Carlos Piñeiro junto Alejo Carpentier; uno de los momentos más relevantes fue la reposición dentro de su programación de la pieza “La casita criolla”, un clásico del teatro vernáculo cubano que data de 1912 en la cual, Celeste Mendoza tuvo a su cargo uno de los papeles principales. Poco después, la grabación en 1964 de “Echale Salsita”, de Ignacio Piñeiro y con arreglos de Generoso Jiménez, parece ser un momento destacable en la carrera de Celeste, en un orgánico acercamiento al género sonero con resultados encomiables.
Un suceso que para ella sería trascendente ocurrió en 1965 y la llevó a presentarse en París, en el famoso teatro Olympia como parte del espectáculo Music Hall de Cuba, que, bajo la dirección musical de Tony Taño y la producción de Rogelio París, llevó a la Ciudad del Sena a ciento veinte cubanos, entre músicos, coreógrafos, bailarines y cantantes. El elenco habla por sí solo de su altura: Elena Burke, Bola de Nieve, Celeste Mendoza, Enriqueta Almanza, Los Papines, la Orquesta Aragón, Los Zafiros, José Antonio Méndez, Georgia Gálvez y Pello el Afrokán con su orquesta, además del Conjunto Experimental de Danza, dirigido por Alberto Alonso. Tras el éxito de París, continuaron viaje a Polonia y Rusia.
En noviembre de 1966, integra el elenco del espectáculo que sube a escena en en saludo al Festival del Teatro Latinoamericano, junto a Bola de Nieve, Aurelio Reinoso, Luisa María Güell, Pío Leyva, Los Zafiros, Los Bucaneros, entre muchos otros. En 1993, Celeste Mendoza, asiste, en el verano, al Encuentro con el son cubano, en la Casa de América, de Madrid y cuyo principal inspirador fue el músico Santiago Auserón. El evento reunió a músicos y musicólogos cubanos y españoles; la intención era dar continuidad, en tierras andaluzas, al proyecto iniciado en las jornadas de ese centro cultural.
Celeste Mendoza tuvo en su haber una rica discografía, marcada toda por su singular estilo y ese guaguancosear todo lo que cantaba. En agosto de 1959, el sello Seeco produce la grabación de cuatro temas con la orquesta de Ernesto Duarte: Un congo me dio la letra /Yáñez y Gómez; Qué bien me siento contigo(G. Inclán); Te dí un beso sin importancia (E. Díaz Valera) y Ponme la mano(Eduardo Saborit). Ese mismo año un tema en su voz –Estoy borracha– se incluye en el LP “Ernesto Duarte, su orquesta y sus intérepretes en el Náutico de Marianao”, del sello foráneo Duher, aunque fue grabado en los Estudios Radio Progreso. También en 1958-59, el sello Kristal incorpora dos temas cantados por la Mendoza en su LP “Creadores de Exitos”, con la orquesta de Ernesto Duarte: Puro engaño, Como un perro y también Estoy borracha. Sus orquestas acompañantes estuvieron dirigidas por grandes nombres: Ernesto Duarte, Bebo Valdés, Generoso Jiménez, Rafael Somavilla. Cantó con verdaderos mitos, el primero de todos, Benny Moré, con quien no dejó grabaciones, pero sus tremendas actuaciones en el Alí Bar quedaron fijadas en el imaginario de los trasnochadores de los cabarets populares donde ambos reinaron con el denominador común de voces irrepetibles, estilos personalismos y carisma para repartir.
Celeste grabó más tarde con Los Papines y gracias a Juan de Marcos González, la idea de llevarla nuevamente a un estudio de grabación, nos legó el registro de su voz, ya en sus años grises, junto al Conjunto Sierra Maestra.
El cine cubano también se ocupó, por fortuna, de registrar su voz y su imagen en el momento de su gran esplendor: en 1964, el realizador Rogelio París la incluye en ese fresco de lo mejor de la música cubana en ese momento, que es “Nosotros, la música”, devenido clásico de la documentalística cubana, que nos devuelve a una Celeste Mendoza en plenitud y excelencia, en el marco ideal de un solar habanero y acompañada por rumberos y coro de claves, y en uno de las escenas, en un espectacular dúo con Carlos Embale. En 1968, José Limeres le dedica el corto “Celeste Mendoza” con 10 minutos de duración, filmado íntegramente en escenarios del Hotel Nacional de Cuba y su Cabaret Parisién.
Y de pronto Celeste se volvió inasible, apresada por el silencio aplastante de su ausencia de los escenarios y programas de televisión. Una serie de escándalos y sucesos de índole personal, cambiaron el curso de la carrera que tan altas cotas había alcanzado.
Su última actuación fue en el programa televisivo Perlas Cubanas, cantando su himno del mea culpa «Que me castigue Dios»
Celeste Mendoza vivió su religiosidad apegada a sus santos, protegida por las aguas azules de Yemayá, bálsamo para su temperamento de trueno y el gracejo jacarandoso en exceso, que debían tener, al menos, un cauce para entregarse y una lucidez para detenerse cuando falta hiciera.
Permaneció en Cuba y el paso del tiempo y el olvidó la confinaron a su apartamento en el piso 18 del edificio del edificio antes mencionado. De ahí salió pocas veces para reaparecer de modo fugaz ante su público, allí, en esa soledad cultivada, pero también obligada la encontró la muerte, que no creyó en su alegría perenne, ni en la sabrosura que, a pesar de todo, parece que nunca la abandonó, en esa soledad el alma de Celeste partió el domingo 22 de noviembre de 1998, seguramente inspirada por su propia voz, la voz tremenda de La Reina…..
Bibliografía.Rosa Marquetti