OLGA LA TAMALERA.
Como otros tantos vendedores callejeros de Cuba, se valía de sus habilidades culinarias para vender un manjar popular de la cocina criolla y tradicional: el tamal en hojas. Olga no vendía su mercancía por la calle ni tocaba de puerta en puerta como la mayoría de los vendedores. Ni siquiera pregonaba lo que vendía.
Olga tenia cierta famosa categoría: por su puerta desfilaban en busca de sus ricos tamales caseros, toda clase de personas. Le encargaban con anticipación para celebrar bodas, cumpleaños y todo tipo de festejos.
Los tamales de Olga estaban elaborados de modo muy peculiar. Usaba harina de maíz tierno; lavaba la amarillenta masa hasta despojarla de la pajusa blanquecina que dejaba la cáscara del maíz al rayarlo en el guayo; lo sazonaba a su manera, le agregaba carne molida de cerdo y un toquecito especial de sal y pimienta. Envolvía habilidosamente la mezcla en hojas del mismo maíz y los ponía a cocinar en agua hirviente. Al final Olga lograba unos tamales en hojas exquisitos, muy diferentes de los que expendían en las fondas y cantinas a domicilio.
Su fama trascendió de Cienfuegos a La Habana y se extendió por toda la isla, y no precisamente porque su minúsculo negocio alcanzara magnitud económica significativa, sino porque la orquesta Aragón en la década de los 50, incorporó a su repertorio una canción del destacado director, flautista y compositor Fajardo, el cual conoció a Olga, la que se popularizó rápidamente, y que en su parte melódica decía: Olga la tamalera/ cocina que se pasó/ se los vende con pimienta/ y el que los prueba se come dos./ Me gustan los tamalitos / los tamalitos que vende Olga / Pican, no pican / los tamalitos que vende Olga, Olga.