< "Quién se fue a Sevilla perdió su silla" >
Este dicho o refrán se utiliza en multitud de situaciones para dar a entender la pérdida de los privilegios o posesiones que se tenían por el simple hecho de haberlos abandonados momentáneamente.
Tambien se emplea popularmente cuando alguien se ausenta de algún lugar y al regresar otra persona ha ocupado su sitio.
Los orígenes del dicho son históricos, durante el reinado de Enrique IV (1454-1474), rey de Castilla. Surgió del enfrentamiento entre dos arzobispos, Alonso de Fonseca el Viejo y Alonso de Fonseca el Mozo, tío y sobrino, respectivamente.
En 1460 fue nombrado Alonso de Fonseca el Mozo, arzobispo de Santiago de Compostela. El reino de Galicia se hallaba muy revuelto por aquel entonces y el sobrino pidió ayuda a su tío para que este tomara posesión de la sede episcopal de Santiago mientras él se quedaba en el arzobispado del tío, en Sevilla.
Don Alonso el Viejo restableció la paz en la revuelta de Santiago de Compostela, sin embargo cuando regresó a Sevilla para recuperar su cargo, lejos de obtener agradecimiento por parte de su sobrino se encontró con una desagradable sorpresa. Su sobrino se negaba a devolverle la silla arzobispal motivo que ocasionó un gran enfrentamiento entre tío y sobrino.
De hecho para solucionarlo tuvieron que recurrir a un mandamiento papal, junto a la intervención del rey de Castilla Enrique IV y al ahorcamiento de algunos partidarios.
Es en estos hechos históricos donde tiene su origen el refrán pero curiosamente en el hecho, la ausencia perjudica al que se fue de Sevilla y no al que se quedó en ella, por lo que la frase debería haber sido:
» Quien se fue de Sevilla perdió la silla».
No obstante la historia se quedó en la imaginación popular difundiendose durante siglos y llegando a nuestros días con un significado diferente del que tuvo en su origen.