Rescatando del total olvido y rememorando los días de gloria de Quien fuera en el ayer 👇
El Gran Hotel Bristol.
En la esquina que forman las calles San Rafael y Amistad en La Habana se alza el antiguo hotel Bristol. De planta cuadrada, monolítico y sobrio, ha resistido el paso del tiempo y se mantiene aún en pie, cuando otros hoteles contemporáneos como el Regina, el Alamac o el Perla de Cuba, desaparecieron hace mucho tiempo o son penosas ruinas que causa tristeza ver.
Fue construido el Bristol en 1924, durante el primer boom hotelero cubano, cuando la Ley seca imperante en los Estados Unidos arrojaba tsunamis de turistas yanquis sobre las costas de Cuba. Su fundador fue el hacendado asturiano Estelvino Alfonso Trapiello que residía en México.
Hotel de primera
Se clasificaba entonces como un hotel de primera, aunque no de lujo, y contaba con todos los servicios que hacían distinguido a un hotel de su época: ascensor, teléfono, y baño con agua caliente en sus cien habitaciones.
Disfrutaba, además, de una posición privilegiada en el corazón de La Habana, en el núcleo duro del comercio y muy cerca de todos los centros de diversión que frecuentaban las clases altas del país. Su roof garden desde el que se podía observar la ciudad era muy apreciado y su restaurant, orientado al turismo del norte, se especializaba en comida americana.
Como todos los hoteles cubanos construidos durante la década del 20 sufrió la gran crisis económica del 29 y la violencia política de los años 30 que hundió el turismo cubano; pero, a diferencia de otros que se vieron obligados a cerrar definitivamente, dedicarse al inquilinato, o convertirse en casas de huéspedes, la gerencia del Bristol supo encajar el golpe y esperar mejores años, que finalmente llegaron durante la década de 1950, cuando explotó el segundo boom turístico cubano.
Por supuesto que ya no era lo mismo, en el ínterin el hotel se había quedado atrasado y no podía ofrecer los mismos lujos que los grandes hoteles que se construían en el Vedado con sus cabarets esplendorosos y sus casinos; su restaurante había cerrado por incosteable y presentaba conflictos sindicales. Aún así su excelente ubicación, su buena administración y el prestigio ganado tras muchos años en el giro le permitían continuar operando con márgenes de ganancias
En 1958 era propiedad de Pascacio Rodríguez Blanco, que lo había adquirido tras haber pertenecido también a Ordoñez y Carral y con posterioridad a Amable Ordóñez y Eladio Monroy.
Según el directorio de hoteles publicado por la Unión Panamericana, en ese entonces el Bristol cobraba por noche $6.00 pesos por las habitaciones simples y $10.00 por las dobles sin plan americano. Muy por debajo de otros hoteles de La Habana como el Capri que cobraba $18.00 y $22.00 pesos, respectivamente; pero por encima de otros como el Ambos Mundos ($5.00 y $8.00) o el Trotcha, ($3.00 y $7.00).
Tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959 el hotel fue expropiado. A diferencia de otras instalaciones semejantes que se convirtieron rápidamente en edificios multifamiliares, el Bristol continuó brindando servicios de hostelería por muchos años, aunque con estándares de calidad cada vez más deprimidos.
Todavía en 1989 aparecía el hotel en las guías publicadas por el desaparecido Instituto Nacional del Turismo (INTUR). Tenía categoría de dos estrellas y había aumentado el número de habitaciones disponibles hasta 124; brindaba los servicios de bar, restaurante y teléfono en cada habitación, pero ya no disponía de agua caliente.
La gran crisis económica que sufrió el país en la década del 90 del siglo pasado decretó su muerte definitiva. Necesitado de una gran inversión para convertirlo en un hotel apto para recibir turismo internacional se decidió cerrarlo en espera de un financiamiento que nunca llegó.
Poco a poco comenzó a ser ocupado por familias necesitadas y utilizado como hogar de tránsito. Finalmente se convirtió en un edificio multifamiliar y como sucede siempre en los casos en que se produce un cambio de uso no planificado en una instalación hotelera, los cambios desordenados realizados sobre su estructura por los nuevos ocupantes aceleraron el deterioro del inmueble que ya contaba unos 70 años de existencia.