Un jueves santos aparece un gorrión muerto en la plaza de armas. Un tirador del Séptimo Batallón del Cuerpo de Voluntarios de La Habana que hacía guardia en el Palacio de Gobierno, recogió el gorrión y fue llevado el cadáver del animalito al cuerpo de guardia, los cabos y sargentos le brindaron los primeros honores militares. Comenzaron entonces algunas personas a ver el pájaro, poco a poco, pero en pocas horas, aumentaban los visitantes españoles y aumentaba también el rango de ellos, ahora eran marquesas, varonesas y condesas, las que querían rendir tributo a los restos mortales del desdichado gorrión. Decidieron colocarlo en un sarcófago, haciendo guardia y rezando respetuosamente ante el mismo.
Pero ahí no termino la cosa, al siguiente día, embalsamado, fue entregado al batallón de retén en el Castillo de la Real Fuerza, donde se le habilitó una capilla ardiente en el cuarto de las banderas y honrado con funerales militares. Dignatarios de la iglesia oficiaron misa de cuerpo presente al ave. La presencia del Capitán General en el velorio dio un realce especial a la velada mortuoria.
Se consideró justo que el gorrioncito, como símbolo de España debía ser paseado por Guanabacoa, Puerto Príncipe y Villa Clara. La ceremonia habanera se repetiría en los lugares señalados. Matanzas y Cárdenas reclamaron la presencia del cadáver y se dice que arrojaron tanto arroz a la calle en su honor, que los dolidos acompañantes del cortejo hundían sus pies al caminar.
Pero en Guanabacoa ocurrió un hecho sorprendente. El gorrión fue situado en una especie de altar a la vista de todos los fieles servidores de España, pero inesperadamente hizo su aparición un gato negro, el que al ver al gorrión posado en aquel céntrico lugar, veloz como un rayo logró tomar al inmóvil pajarito entre su garras, pero inmediatamente fue rodeado por el cuerpo del Batallón de Voluntarios, que lograron rescatar el cadáver del gorrión y hacer prisionero al felino. Fue detenido, torturado y condenado a muerte. Continuará…