Vista actual del panteón donde fue enterrado el GORRIÓN MILITAR ESPAÑOL, en el Cementerio Cristóbal Colón, en La Habana. CONTINUACIÓN 2 PARTE..
Los restos del gorrión fueron paseados por las principales calles de La Habana y el Capitán General Domingo Dulce en persona formó parte de la marcha, y su esposa llevó a la capilla una ofrenda floral. Para dar realce a la ceremonia y, al mismo tiempo, excitar el fanatismo hispano y el odio contra los insurrectos, se dispuso que el gorrión muerto fuera paseado por varias localidades de la Isla.
En Cárdenas, los actos fueron fastuosos y se derramó arroz, alimento preferido de los gorriones, a su paso por las calles. El cortejo visitó Matanzas, y en Guanabacoa, en una tienda de campaña que se alzó en la Loma de la Cruz, se dijeron responsos en presencia de las más altas autoridades locales y representantes del cuerpo de Voluntarios. De ahí volvió a la capital de la Isla, donde fue enterrado en 27 de marzo de 1869.
Cuando eso ocurrió, hacía cinco meses que se había iniciado la llamada Guerra de los Diez Años. En octubre, a solo diez días del alzamiento de Céspedes, la ciudad de Bayamo caía en manos de los insurrectos, que se vieron obligados a abandonarla el 12 de enero de 1869 y la incendiaron antes de marcharse. Es durante esos cinco meses que los Voluntarios atacan el teatro Villanueva, en La Habana. Se alza en armas el territorio del Camagüey, se alzan también los patriotas de Las Villas y comienza a imprimirse, en la manigua, el periódico El Mambí. España impone una estrategia de guerra a muerte que el Conde de Valmaseda cumple al pie de la letra. Los españoles pasan por las armas a todo hombre mayor de 15 años que se encuentre fuera de su finca y no pueda justificar los motivos. Faltaban entonces pocos días para que los cubanos aprobaran la Constitución de Guáimaro, la primera de la República en Armas.
Con el espectáculo del entierro del gorrión en La Habana quedaron tan complacidos los españoles residentes en la villa de Pepe Antonio que decidieron proceder de la misma manera cuando, en sus propios predios, un gato, impulsado por su instinto de cazador, dio cuenta de un gorrión.
Pronto llegaron a la conclusión los españoles más retrógrados de la villa que aquel gato tenía alma de mambí y que había cometido un crimen de lesa patria. Sin pensarlo dos veces ni medir las consecuencias de la barbaridad que cometerían, decidieron detener al felino e internarlo e incomunicarlo en el cuartel de caballería ubicado en la calle de las Vacas (después Jesús de Nazareno) esquina a Ánimas, fortaleza que había sido construida en 1803 y que ya en la República fue sede del cuartel de bomberos y del tercio de la Guardia Rural.
Allí el gato fue sometido a consejo de guerra y el consejo de guerra lo condenó a la pena de muerte por fusilamiento. El secretario del tribunal llegó a leerle la sentencia al felino y se dice que un sacerdote lo acompañó en sus últimos instantes para aconsejarle conformidad.
Aquel gato que había dado muerte al gorrión fue fusilado contra los muros del fondo del establecimiento cuartelario, mientras que el gorrión era inhumado en un nicho que se abrió especialmente para él en uno de las paredes de la fortaleza.
Se habían apagado ya los ecos de la fusilería cuando un catalán, hombre rico e influyente, se presentó en el cuartel a reclamar su gato. Era un partidario furibundo del régimen colonial y llegaba a recuperar a su mascota, ajeno como había estado al curso de los acontecimientos. Antes de recurrir al cuartel, había buscado al felino por todas partes hasta que alguien lo enteró del triste destino del animal.
Confió el catalán en que llegaría a tiempo. Pero no fue así. No tuvo más alternativa que la de presentar una reclamación para que lo indemnizaran por la pérdida.